Máximo García Ruiz.
Editorial Clie. 2016, 222 pp.
Redescubrir, según parece por lo que dice el autor, significa hacer una relectura de la Biblia a partir de las premisas de la teología liberal. Se trata de la aplicación de un método que empezó en el siglo XVIII y se desarrolló de maneras diversas en sectores del protestantismo hasta el siglo pasado. Su raíz se halla en el racionalismo en que la medida de todas las cosas se encuentra en la razón. Mientras por un lado se rechaza la autoridad, por otro se convierte la razón en la máxima autoridad. En palabras de Bernard Ramm, las repercusiones del liberalismo en la interpretación de la Biblia “se caracterizan por su radicalidad. La autoridad tradicional de las Escrituras no solo es puesta en tela de juicio; es rechazada de plano. Se recusan todas las formas de inspiración genuina de la Biblia, ya que cualquiera de ellas implica un elemento sobrenatural. Por la misma razón son descartados los milagros y las predicciones proféticas. La revelación queda reducida a una simple capacidad del hombre para descubrir las verdades de tipo religioso. Lo fundamental para la fe cristiana no es el contenido doctrinal de la Escritura, sino la experiencia.
La religión en general y la israelita en particular no tienen su origen en la revelación de Dios; se explican simplemente aplicando el concepto de evolución natural, en virtud de la cual los israelitas pasaron, a través de diferentes etapas, del politeísmo al monoteísmo. Los escritos de los hagiógrafos deben ser sometidos, siempre que convenga, al principio de <acomodación>. Sus conceptos a menudo fueron expresados en términos descriptivos del pensamiento o de las creencias de su época, sin que tal pensamiento o tales creencias se ajustaran a la verdad objetiva, por lo que carecen de validez para la época moderna, completamente distinta. La Biblia es interpretada con un criterio histórico muy particular. Las creencias teológicas son creadas por determinadas condiciones sociales, no por intervención especial de Dios. La religión bíblica contiene elementos sincretistas; en gran parte ha asimilado concepciones religiosas de otros pueblos purificadas por el monoteísmo de los profetas y, sobre todo, por los principios éticos de Jesús”. El método preferido por el liberalismo es el histórico-crítico, el cual tiene algunas cosas útiles, pero se ha subordinado muy a menudo a presupuestos y criterios humanos.
En este libro, teóricamente dirigido a lectores sencillos, se aplican las hipótesis documentales de Wellhausen y colaboradores, los cuales basaron su crítica en la concepción hegeliana de la historia expresada en términos de evolución.
No había visto un libro en que el prologuista, a pesar del título que le puso, nos advierte sobre el carácter del autor en una aporía que no tiene desperdicio: “liberal y conservador ciento por ciento”. Y no solo esto, sino que nos dice que debemos tomar las reflexiones del libro en consideración, tanto para el aplauso como para la crítica razonada. Más bien lo segundo que lo primero.
Para García Ruiz, Génesis es un libro repleto de leyendas y Éxodo según él, se ha formado de una manera tan detallada que más que leyenda suena a cuento de hipótesis documental. En el más puro estilo bultmanniano, el Pentateuco está lleno de mitos. “El mito no es verdadero ni falso. Es una forma de lenguaje” dice. Igualito que Homero. Claro que la conclusión necesaria a su tesis es que “los pasajes escritos en lenguaje mítico requieren una desmitificación”, igualito que Bultmann, aunque él le llamó desmitologización, que viene a ser lo mismo.
Los capítulos dedicados a contextualizar la Biblia, son los más objetivos del libro con matices. El resto entra en la magnífica descripción de Bernard Ramm, como si hubiera leído el libro de García Ruiz. No acabamos de entender el título que Pérez Alencart ha puesto en el pórtico, ya que tenemos dudas que sea un libro imprescindible.
Pedro Puigvert