María Elena Garmendia.
Desclée de Brouwer. Bilbao. 2017. 157 págs.
Comenzaremos por decir que este es un libro algo especial. No empieza con las palabras de la autora, –salvo unos cortos agradecimientos-; un interesante prólogo de Adelaida Baracco Colombo, se extiende desde la página 13 hasta la 21, siguen unas dispares, reflexiones, narraciones, experiencias vividas y, cuando se está explayando realmente, se interrumpe, con un final en el que exhorta a los lectores a tomar una decisión: “Tú decides si eres hija de Abrahán y lo dices a todo el mundo en una canción, un color, una película, una web, un estampado de camiseta, una carta, un nombre para tu grupo de amigas, una señal en tu diario, un poema o un alegato, una complicidad, un tesón valiente, un brillo en tus ojos... y una pregunta: ¿Por qué no?" y termina con un epílogo: “Yo también soy “hija” de Abrahán” de F. Javier Vitoria Cormenzana, que hace un resumen de lo escrito por María Elena, que va desde la página 137 a la 147, por lo que finaliza con palabras de otro.
En la contracubierta se nos presenta este escrito con estas palabras: “En los últimos tiempos se ha escrito sobre el sacerdocio femenino, pero falta un tipo de literatura que refleja la mística de esas mujeres llamadas. Esta obra no es un libro de teología sistemática, sino una narración a dos niveles: lo que la autora –a partir de un Suceso- dice a Dios y lo que dice de Dios. La vida narrada puede hacerse teología sin enunciar “Dios es así”, sino “Dios se me ha mostrado así”. Ese tipo de escritura puede ser un “lugar teológico” capaz de hacer arder el corazón mientras las palabras hablan. La obra plantea la necesidad de que la teología y la vida vayan juntas; desea aliviar el sufrimiento de muchas personas que han abandonado la religión porque la han sentido como una pesada carga que deshumaniza y anhela ayudar a que muchas mujeres se reconozcan y se atrevan a hablar”.
María Elena Garmendia es carmelita descalza. Junto con otras mujeres con vocación dedica parte de su tiempo a escuchar a las personas que conectan en kraugeruah@gmail.com. Imbuida por su admirada insigne precursora, Teresa de Jesús, sus experiencias místicas y sus importantes obras escritas, especialmente el “Libro de la Vida”. “Al principio de mi camino era muy ignorante y no sabía que Dios estaba en todas las cosas, y como me parecía que estaba en ellas presente, parecíame imposible. Dejar de creer que estaba allí no podía, ya que me había parecido muy claro y había entendido estar allí su misma presencia. Los que no tenían letras me decían que estaba solo por gracia. Yo no lo podía creer, porque, como digo, parecíame estar presente, y así andaba con pena. Un gran letrado de la Orden de Santo Domingo me quitó de esta duda. Me dijo que Dios estaba presente en todas las cosas, y cómo se comunicaba con nosotros, lo cual me consoló harto” (18, 15).
Reflejo: “Nací en una España que aún no tenía democracia y entré a los 18 años en el Carmelo. El hecho de llegar muy joven a la vida religiosa, desde un ambiente protegido, sin experiencia y acostumbrada a la presencia protectora de mi madre me hizo ver como algo natural que mi formadora tomara la función materna, dándole ciertos tintes sacralizados. El tipo de formación que recibí en el convento fue más piadosa que sistemática, donde lo femenino se predicaba desde el arquetipo de la “esclava del Señor”; y entré en esa mentalidad sin recelos. Solo cuando ya estaba decidida mi vida por los votos solemnes, resulta que todo se me cambia a través de un Suceso. A eso he llamado “revelación” y uso esa palabra con el significado de una convicción profunda que se mantiene intacta dentro del desconcierto que provoca. Me he dedicado durante este tiempo a la receptividad del don, a dejarme hacer en el silencio. Hace poco ocurrió algo que fue para mí significativo. Nuestro capellán estaba afónico y pidió que una hermana hiciera la homilía. No estaba la superiora y las hermanas pensaron en mí. Después de la celebración una hermana mayor dijo en público: “Cuándo te he visto en el presbiterio y te he escuchado, me he dicho convencida: perfectamente podría ser sacerdote”. ¡Eso es importante! Si las que te conocen tanto por vivir juntas, reconocen un carisma en tu vida sin que tú hayas contado el Suceso, es que el Suceso te ha marcado”.
Javier Vitoria en el epílogo dice: “Han transcurrido veintinueve años de la vida de María Elena desde aquel 31 de marzo de 1988, Jueves Santo, en el que tuvo lugar el Suceso, hasta la fecha de la publicación su testimonio. Es el tiempo que ella ha necesitado para encontrar el difícil camino de la fidelidad a la “gracia que la habita” o la respuesta a la pregunta ¿qué quiere Dios de mí?”
María Elena se hace eco de una reivindicación de la mujer en la Iglesia Católica y dice: “El presbiterado, tal como es hoy, es un modelo incompleto que no sirve para las mujeres “llamadas” al sacerdocio. Porque, en mi opinión, la dificultad que se objeta en la mujer no es tanto de Tradición sino antropológica, aunque se dice lo contrario”. Y sigue...
Si algún lector quiere ver el pulso de la cuestión del sacerdocio femenino hoy, este libro le ayudará a formarse una idea.
E.V. Giró