Tomáš Halík.
Editorial Herder, 2016, 241 pp.
Dice el autor que la fe de la que habla este libro tiene carácter de paradoja. Un vistazo a los títulos de los dieciséis capítulos de que está compuesto muestra la verdad de su frase, empezando desde el primero, aunque no lo parezca: La noche del confesor. Quiere compartir su experiencia de confesor, no para dar consejos a los confesores ni para los que se confiesan, porque como se sabe, lo que oye en aquel pequeño receptáculo pertenece al secreto de confesión. Cuando es de noche y regresa a su casa no puede verse libre de los problemas de la gente que ha escuchado y cuando para cambiar de “onda”, lee el periódico, un libro o escucha las noticias, le parece estar todavía oyendo de manera parecida lo que había escuchado durante horas de la gente en la iglesia. Otros títulos de capítulos: “Disminúyenos la fe”; “Ven, Reino de lo imposible”; “Intuyendo al que está presente”; Sobre el pudor de la fe”; “El sufrimiento del científico creyente”; “La alegría de no ser Dios”; “Un viaje de ida y vuelta”; “Un conejo que toca el violín”; “Dios sabrá por qué”; “La vida en el campo de visión”; “Clamo:¡Violencia!”; “El signo de Jonás”; “La oración de esta tarde”; “¿Por qué se reía Sara?”; “El cristianismo del segundo aliento”. Piensa que en la época de la globalización del mal y de todas las cosas, la razón humana no logra comprender los fenómenos que ocurren y, por tanto, no es posible resucitar el optimismo de la Edad Moderna y de ahí que nuestra época sea posoptimista. Intenta demostrar que hoy “agoniza un tipo de religión (y de cristianismo) que surgió en la era de la Ilustración, en parte bajo su influencia, en parte como reacción negativa contra ella”. O sea, otra paradoja.
Tomáš Halík es un sacerdote católico, filósofo y profesor universitario checo. El colocar en primer lugar su condición sacerdotal, tiene sentido porque fue ordenado clandestinamente cuando su país estaba bajo el dominio comunista. Ha ocupado importantes puestos tras la caída del régimen, entre los que cuenta su nombramiento por Juan Pablo II, de consejero del Pontificio Consejo para el Diálogo con los no creyentes. Ha sido consejero de Václav Havel, el famoso dramaturgo, escritor y Presidente de la República Checa.
El capítulo que lleva por título “Disminúyenos la fe”, viene a cuento tras la reflexión en las palabras que los discípulos dirigieron a Jesús:”¡Señor auméntanos la fe!” Y Jesús responde: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…” Interpreta estas palabras de modo distinto al habitual, pues para él Cristo está interpelándolos sobre los motivos del por qué piden mucha fe, pues vuestra fe es incluso demasiado “grande”. “Solo cuando se empequeñezca, cuando sea insignificante como un grano de mostaza dará su fruto y demostrará su fuerza”. ¿Paradoja? Planteado así, evidentemente, porque dice que en “la lógica paradójica del evangelio, lo pequeño se impone sobre lo grande”. Sigue desarrollando esta idea en el capítulo 3 con el resto de las palabras de Jesús: podéis decir a este sicómoro: desarráigate y plántate en el mar. Dice el autor que esto es imposible, absurdo y que estas palabras no se pueden entender de manera literal, pues “ni el fundamentalista más contumaz tomaría estas palabras a pie juntillas”. Lo aplica también a los grupos cristianos que prometen “dones extraordinarios del Espíritu Santo”. También se refiere al cambio de la “fe fuerte” por la autosugestión y pone como ejemplo el “método Silva” y otros programas parecidos. Rechaza con toda radicalidad la opinión de que la autosugestión es “en realidad más o menos lo mismo” que quiere decir la Biblia con la noción de fe. Una continuación del mismo tema está también en el capítulo 5, en donde dice que no se siente identificado con “la tendencia de la fe a un superficial entusiasmo religioso”. ¡Pues que venga a la romería del Rocío y verá, como a la superstición se le llama fe!
Interesante el capítulo 6, acerca de su amigo científico que da charlas a sacerdotes, el cual sufre cuando los párrocos le piden que les dé alguna “pruebita” para incorporar a sus homilías y presentar como la ciencia moderna demuestra la existencia de Dios. Dice: “La ciencia no prueba a Dios ni puede probarlo nunca”. Cita a Agustín de Hipona: Si comprehendis non est Deus. Los párrocos que piden esto, no es que les falten conocimientos de las ciencias, “sino una triste manifestación de una incompetencia teológica más difícil de disculpar, y especialmente de una fe débil, enferma”. Se refiere al limbo, como un invento, “un lugar de castigo sin castigo para los infantes no bautizados”. Aunque no es dogma de fe, es una creencia generalizada en el catolicismo y es relevante que un cura católico diga esto. Por otro lado, “la ciencia tampoco puede refutar a Dios”. Sin embargo, este capítulo adolece de un aspecto importante sobre la creación: su relación con la revelación divina y que Dios además de creador es el sustentador del universo (He. 1:2-3. El creador no se debe confundir con su creación como hace el panteísmo (Ro. 1:18-20; Sal. 8; 104). Está bien que critique el deísmo, pero su enfoque es más filosófico que teológico.
El capítulo 9 es un grito desgarrador sobre la situación de la iglesia católica en Chequia, extrapolable también al catolicismo de otros países, pero ellos salieron no hace mucho tiempo de una dominación comunista y todo suma. Acertada la crítica a un cierto tipo de lenguaje que para referirse a algo excelente, se usa el adjetivo divino. O en el fútbol a un jugador muy bueno se dice que es “dios”. Atribuir a personas y cosas atributos divinos es una manifestación de paganismo.
Pedro Puigvert