Javier Elzo.
Editorial PPC, 2013, 203 pp.
El título del libro obedece a un planteamiento que debe situarse en el marco del catolicismo, preguntándose si sus fieles deben vivir en la comodidad de sus templos o en medio de la sociedad. Si se trata de esto último, ¿qué es lo que pueden ofrecer? Claro que esto mismo se puede extrapolar también a otras confesiones religiosas y religiones. Javier Elzo se presenta como un jubilado y este libro nace de una necesidad interior. Un jubilado del trabajo que ha estado realizando, que ha sido mucho a lo largo de su vida profesional, pero que ahora quiere expresar una serie de reflexiones que se ha ido haciendo sobre qué supone ser cristiano, cómo vivir en una Iglesia, en gran parte escindida, cómo recuperar la ilusión perdida tras el Concilio Vaticano II y un montón de cosas más que seguramente no caben todas en este libro.
El libro está formado por siete capítulos y un epílogo. No es ajeno del todo a su formación y profesión: sociólogo, pues en cierto modo, como reza el subtítulo, son las reflexiones de un sociólogo que se confiesa católico, un católico del país vasco que no está precisamente satisfecho con la jerarquía episcopal de aquella comunidad autónoma, como en general de la de toda España, a la que considera mediocre en gran parte. En el primer capítulo presenta algunas hipótesis entre los estudiosos de la sociología de la religión en donde pasa revista a las ideas que han circulado por el mundo en la segunda mitad del siglo XX.
En el segundo ofrece una panorámica, contrastando las bases de datos de la religiosidad en Europa y en España. Es aquí donde se ve al sociólogo que echa mano de los datos para establecer una situación religiosa básicamente católica. Sin embargo, en las tablas que publica no solo menciona al catolicismo, sino también a las demás religiones que están presentes en España. Como proyección a partir de 2006, tomada de Domingo Comas, auguraba este que en 2015 los protestantes españoles en términos de volumen de creyentes activos amenazarían claramente la tradicional hegemonía de la iglesia católica, cosa que desdichadamente no se ha cumplido totalmente. Señala un hecho que debe preocuparnos y es que irá en un aumento también entre nosotros el número de evangélicos culturales o formales y no solo los hijos de creyentes de los que practican el bautismo infantil.
En el tercero, su pensamiento sobrevuela el clásico trabajo de Lenski sobre el factor religioso y aunque echa mano de la estadística como en el capítulo anterior, lo hace en menor proporción, pues solo hay dos, una sobre los valores y otra sobre la opinión de las instituciones y grupos sociales, ya que se extiende más ampliamente sobre la laicidad y el laicismo.
En el cuarto titulado “Zozobras en la iglesia católica” aborda algunas decisiones sobre temas de actualidad con los que está en desacuerdo y otros asuntos que proceden del Vaticano II. Por lo que dice en este capítulo y en otros, el autor ciertamente es un experto en sociología, pero opina sobre cuestiones teológicas y algunas bíblicas que denotan no solo su incredulidad, sino también su ignorancia. En el capítulo 5 presenta cuatro modelos de catolicismo y en el sexto aborda la cuestión de Dios en que sigue el pensamiento de J.M. Castillo en su libro “La humanidad de Dios” y sobre todo la idea que Castillo expresa en sus libros que “no se puede hablar de Dios en sí, sino de representaciones de Dios que los hombres nos hacemos”.
El séptimo y último capítulo lo concibe como una sinfonía en que retiene cuatro temas que ha tratado a lo largo del libro: de la verdad de las religiones; del acto de fe; de la religión heredada a la religión adoptada y la apuesta por un creyente adulto en la iglesia de hoy. Alienta, al menos, después de su manifestación de incredulidad acerca del pecado de Adán y Eva, ver que siguiendo a Pagola dice algo relevante: “La resurrección es algo que realmente le ha sucedido a Jesús, no es el fruto de la imaginación de sus seguidores”. Claro que los cambios que propugna en su iglesia giran en torno a una adecuación a la filosofía del mundo en que vivimos y no a una renovación sobre la base de la palabra de Dios. Termina con un epílogo que es una crítica del pontificado de Benedicto XVI.
Pedro Puigvert