José M. Castillo.
Editorial Claret, 2013, 88 pp.
Este libro pertenece a la colección Sabidurías, del que este es el octavo que ha aparecido hasta la fecha de su edición. El que el autor tome la fe como tema se debe a que el papa anterior al actual, o sea Benedicto XVI, proclamó el “Año de la fe” casi al final de su pontificado. El objetivo era reanimar la fe de tantos católicos que se sentían sumidos en la duda en tiempos de crisis económica, política y religiosa. Pero el autor se pregunta si la celebración de este año sirvió para mejorar su fe. En este libro lo que hace es publicar algunos artículos que había escrito, lo que es notorio porque los temas de los siete capítulos de que se compone no se desprenden del título del libro.
Quizás, el primer capítulo sea el que más sentido tiene que forme parte de este librito, pues lleva por paradójico título “La fe de los ateos y el ateísmo de los creyentes”. En realidad esta frase está inspirada en un libro Ernst Bloch. Cuando se pregunta cómo entender la fe, en lugar de dar tantos rodeos en definiciones de textos de su iglesia, le hubiera resultado más fácil y apropiado citar He. 11:1, aunque hace referencia a varias frases de los evangelios en que aparece la palabra fe en boca de Jesús. Sobre el ateísmo de los creyentes, lo explica en relación con los “ejemplares” sacerdotes que van por detrás de las prostitutas en la entrada en el reino. Y añade que a veces Jesús califica a los que creían estar más cerca de él como apistoi, (no creyentes). Bíblicamente no podemos aceptar la frase que dice que Jesús es un hombre programado por Dios para sufrir, aunque ponga estas palabras en cursiva. Sería algo así como un robot que en vez de circuitos y cables es de carne y hueso. La tendencia de muchos teólogos de presentar a Jesús como un simple ser humano es muy fuerte; aunque no es el caso de Castillo, porque más adelante en el capítulo 4 se referirá tanto a su humanidad como a su divinidad, pero cargando las tintas en su humanidad.
En el segundo capítulo que trata del centro de la espiritualidad cristiana, empieza por lanzar una diatriba contra sus propios obispos por callar y no pronunciarse sobre las muchas privaciones que el sistema económico y político impone a los más débiles. Les acusa de tener la lengua suelta cuando se trata de ponderar las maldades del aborto y la homosexualidad o de defender los privilegios económicos de su iglesia. Pero, ¿cuál es el centro de la espiritualidad cristiana? La respuesta es “encontrar a Dios en lo humano”.
En el tercer capítulo se refiere a la desobediencia civil, que pertenece más bien al ámbito de la crisis que de la fe. Ya nos hemos referido a la cristología del capítulo cuarto. El quinto plantea el problema de ser cristiano en una sociedad plural y laica, lo que sí tiene relación con la fe, aunque Castillo va por otros derroteros y concluye que la religiosidad de Jesús no se limita, ni se identifica con “lo sagrado”. Por el contrario dice, “donde tiene su presencia y donde se realiza es en<lo laico>”. No olvidemos que el autor ingresó dos veces en la Compañía de Jesús y que ha sido profesor de la UCA en El Salvador.
El capítulo más sorprendente de todos es el sexto: “¿Para qué tantos santos en la iglesia?” Explica que el motivo de la canonización de los santos en la iglesia católica, está en enaltecer la memoria de una persona para proponerla como modelo del ideal humano y religioso. Relata una breve historia de las canonizaciones que no tiene desperdicio. Sobre todo el punto que titula “intereses económicos”. Cuenta su conversación con una monja que estaba escandalizada porque el papa había canonizado a la fundadora de su instituto y que el coste fue tan elevado que la congregación había tenido que vender varias fincas y propiedades para poder pagar el proceso y las celebraciones. Muchos miles de dólares eran para regalos a los cardenales que apoyaron la causa de canonización. Y dice Castillo: “los santos mueven mucho dinero. Las canonizaciones son un negocio. El fabuloso negocio que fue, en tiempos pasados, la compraventa de indulgencias, del purgatorio. Y el negocio que sigue siendo, en la actualidad, la compra de libros, reliquias, imágenes, peregrinaciones, viajes…”
El séptimo y último capítulo es un breve artículo, cuyo título es una conclusión en sí mismo: “La ética es más importante que las creencias”. Está inspirado en Mt. 15:31-46. Claro que al venir de un teólogo católico subraya las buenas obras por encima de la fe, cuando para nosotros las buenas obras son fruto de la fe. Y entonces el planteamiento que hace no tiene sentido para nosotros.
Pedro Puigvert