Gregorio de Nisa - Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 2012. 180 págs.
De los libros bíblicos de sabiduría o poéticos, quizás podríamos aseverar que el más actual es: Eclesiastés. Dice las cosas por su nombre y desafía al cristiano a vivir contracorriente. Para el hombre de la calle del siglo XXI la vida es un rompecabezas, él -igual que su cultura- ha llegado a ser de plástico. Porque así como ahora el plástico simboliza el principal logro de la investigación, de la tecnocracia, y de las agencias de ventas y distribución masivas, de esta misma forma la gente de plástico se siente como el fruto de la investigación sociológica y de una constante manipulación de tecnocracias económicas, políticas, sociales y religiosas. La vida ha perdido su vivacidad. Al hombre se le hace sentir barato, comercial, muerto y similar a una máquina. Se niega repetidamente el valor y la dignidad básicos del hombre cuando deliberadamente se pasa por alto su humanidad y se le iguala a las bestias y, peor aún, a la máquina. Y al mismo tiempo, todo lo que hay dentro del mismo hombre clama por una postura más amplia de la totalidad de la vida. Entretanto, su universo se va haciendo más silencioso al apartarse de Dios, y el hombre del siglo XXI se encuentra atrapado por una soledad inexplicable. ¿No hay nadie en la gran casa del universo? Quizás haya vida en otros planetas. Tiene que haber algo, o nos quedamos encallados. Pero no, la agonía, el terror, la nada y el aburrimiento son peor de lo que nadie hubiera imaginado. La Verdad, con una V mayúscula, continúa desapareciendo, casi en proporción directa a la desaparición de Dios del pensamiento moderno. “Todo es relativo“, dice el lema, y este es el único absoluto que queda.
El anhelo básico de los hombres es el de hallar significado a la vida. Eclesiastés viene a ser un libro de importancia para hoy cuando nos damos cuenta que, en la actualidad, los hombres están todavía buscando un significado a la vida.
“En siete ocasiones el escritor de Eclesiastés se da a sí mismo el nombre de Qohelet. En morfología, se trata de un participio activo femenino del verbo hebreo qàhal, que significa “llamar”, y entonces “reunir, congregar, recoger”. Por ello, parece mejor entender Qohelet como la descripción del acto de reunir a la gente”. (Walter C. Kaiser). Es probable que las Homilías hayan sido pronunciadas en la iglesia. Un indicio de que se trata de sermones dirigidos a oyentes es el uso del verbo “oir” para referirse a los receptores (“Que ningún oyente considere que hay locuacidad y una vana repetición de palabras…” Hom., I, 13): en el mismo sentido el comienzo de la segunda homilía lleva a pensar en una reunión de oyentes en la iglesia (“… así también el Eclesiastés se dirige especialmente a los que son convocados en la iglesia. Por tanto, a nosotros nos habla el Eclesiastés. Escuchemos ya sus palabras, nosotros, la iglesia…“: Hom., II, 1). La enseñanza contenida en ese libro del Antiguo Testamento constituye -para el obispo de Nisa- una exhortación a apartarse de la vanidad del vicio y a orientar la vida según la virtud. Su doctrina está emparentada con el ideal griego antiguo, que proponía precisamente el camino de la virtud como medio para lograr una vida feliz. Pero a esta concepción ética de la Grecia clásica Gregorio le aporta la gran novedad de la fe cristiana: el Logos hecho carne, la Palabra del Padre proferida en la humanidad de Jesús, que muestra el camino de la recuperación de aquella santidad que el ser humano perdió en los orígenes. Cristo se presenta, entonces, como el verdadero “eclesiastés“, que convoca a la Iglesia y, con una sabiduría superior al rey sabio, cura todas las enfermedades de la humanidad doliente. En la obra destaca la presencia de una antropología que se apoya en dos pilares fundamentales: el libre albedrío y la condición del ser humano en situación de caída. El discurso de Gregorio apunta a que el oyente de las homilías reconozca su situación de dolencia y acepte al Médico que se le propone para su curación. La salud total es algo que se alcanzará en la dimensión escatológica, cuando se dé la participación plena en los bienes del Resucitado. Con frecuencia se emplean imágenes vivaces, tomadas de la experiencia cotidiana. La explicación alegórica facilita la comprensión de la enseñanza, y la belleza del discurso, en fin, invita a una lectura sabrosa del texto bíblico.
Justo L. González, en su monumental, Historia del Pensamento Cristiano dice: En cuanto a Gregorio de Nisa, el más joven de “los tres grandes capadocios”, no cabe duda que su pensamiento está basado en el de sus compañeros, va sin embargo mucho más lejos que el de ellos. No debemos olvidar que la labor de los Tres Grandes Capadocios fue llevada a cabo en estrecha ayuda e inspiración mutua, y que Gregorio sólo pudo alcanzar sus logros teológicos debido a la obra de Basilio de Cesarea y Gregorio de Nacianzo. Gregorio de Nisa es el que más y mejor uso hace de la filosofía pagana. Ávido lector de las obras de Orígenes, Gregorio concuerda con él en la utilidad de la filosofía en la investigación teológica. Pero, sin dejar de hacer uso de la filosofía, Gregorio se percata mucho mejor que Orígenes de los peligros que esta encierra. Al igual que Orígenes, Gregorio ofrece a menudo una interpretación alegórica de la Biblia, y este rasgo se acentúa en las obras de carácter místico, en que los personajes y acontecimientos históricos vienen a ser símbolos de las distintas etapas del ascenso místico. Sin embargo, aun en tales obras, Gregorio nunca olvida el carácter histórico de la revelación divina.
E.V. Giró – Barcelona