Juan A. Monroy.
Autoedición, 2016, 235 pp.
Sorprende el título y el contenido de este libro. ¿Qué tendrán que ver las historias de amor de la Biblia con las de la mitología griega? El lazo que las une es el amor, pero ¿qué tipo de amor? La respuesta a estos interrogantes, nos la desvela el autor en el prólogo: “esa ley incomprensible y poderosa como la que sostiene el sol en el espacio” el amor entre un hombre y una mujer. Incidiendo un poco más nos dice: “Cuando Dios creó el hombre entre la tarde y la mañana del día sexto estaba creando también el amor. Y si, desde entonces, el hombre continúa sembrando la tierra, el amor lo ha venido imitando en los corazones. Amar es conectar con el Eterno”.
De las todas las historias de amor que se cuentan en este libro, 12 están inspiradas en la Biblia y 21 obtenidas de la mitología griega además de un capítulo de la egipcia que hacen un total de 34 historias contadas de manera resumida. Aunque está escrito en prosa, Monroy trata los temas poéticamente, no teológicamente, porque alguien le podría reprochar que se refiera al nacimiento de Dios, en vez de su existencia en sí mismo o aseidad. Los personajes van desfilando selectivamente acompañados de una frase que sirve de título. Así Adán, es el despertar del amor; Abraham, la claudicación del amor; Jacob, trabajo por amor; Siquem, sexo y amor, un episodio escabroso en que primero dominó el sexo con la violación de Dina la hija de Jacob y luego nació el amor; Sansón y Dalila, amores traicioneros; David y Jonatán, amor de hombres, pero no se escandalice nadie porque no se trata de homosexualidad, sino de amistad ya que la primera idea lógicamente la considera el autor un disparate; Salomón, cantares de amor; Salomón, amor ente aguas; José, amor de esposo; María Magdalena, amor más allá de la muerte; san Pablo, Amor, el camino más excelente; san Juan: la pérdida del primer amor. Las historias están salpicadas de anécdotas, frases y poesías que embellecen la historia misma. También hay leyendas, como la de los rabinos que se inventan un cuento interpretativo para salvaguardar el honor de la matriarca Sara durante su estancia en el palacio del Faraón. Influido por una idea que ha circulado por púlpitos, revistas e incluso libros, Monroy repite aquello de que Cantares “donde ni una sola vez se menciona el nombre de Dios”, pero esta afirmación es incorrecta, puesto que en 8:6, el texto hebreo tiene llama de Yah, contracción del nombre personal de Dios. Lo que sí es cierto es que no está en RVR60, pero sí en RVR77 y en las actuales se suele traducir por “llama divina”, aunque literalmente es llama de Yah.
En la segunda parte, mucho más extensa que la primera, como hemos señalado más arriba, hay 21 historias procedentes de la mitología griega de todo tipo, empezando por Afrodita y terminando por Némesis. Uno a uno van desfilando dioses, titanes y héroes sacados de las obras literarias mitológicas con sus deseos y pasiones humanas ya que no eran más que una proyección de los mismos griegos. Algunas obras como la Odisea y la Ilíada son clásicas y aunque no todo el mundo las ha leído, al menos conoce el nombre y algo más por el cine. Estas historias ilustran valores de aquella época y naturalmente uno de los más importantes es el amor. Nos ha interesado especialmente Hades, el dios del inframundo porque como vocablo del NT designa el estado de los muertos y es sinónimo del hebreo Seol. Desdichamente, algunos autores lo confunden con infierno, griego Gehenna, que es un lugar eterno y no la condición del estado intermedio como Hades. Cierra el desfile la historia de los reyes egipcios Isis y Osiris, un mito que según Monroy “destaca la fuerza del amor, y la lucha sin tregua por salvar el amor”.
En suma, una obra que nos acerca a la cultura, tanto bíblica como griega de donde procede la civilización occidental, aunque distinta y contrapuesta a la primera que es nuestro fundamento, mientras la segunda ha penetrado en esta distorsionando el mensaje. Una vez más, Monroy ha demostrado su habilidad en el manejo de la literatura antigua y nos ha brindado una obra con un tema en el que ya había hecho un par de incursiones.
Pedro Puigvert