Thomas Watson.
El Estandarte de la Verdad/Editorial Peregrino, S.L. 2013, 574 pp.
En nuestra anterior reseña de la segunda obra de este autor mencionamos que en ella no se había extendido sobre la oración porque iba a editar un libro sobre el Padrenuestro, como así hizo, la cual es la que ahora reseñamos. Además, en el prefacio, Watson especifica que “después de haber tratado los fundamentos y los principios de la religión, y de haber analizado el Decálogo –o los Diez Mandamientos- hablaré ahora del Padrenuestro”. Dice también: “Los Diez Mandamientos son nuestra regla de vida, el Credo es el resumen de nuestra fe y el Padrenuestro nuestro modelo de oración”.
Las primeras palabras de la oración modelo enseñada por Jesús, son un patrón de cómo debemos orar: el que sea un modelo no significa que tenemos que emplear las mismas palabras, sino que las palabras deben estar en consonancia con el contenido del Padrenuestro. Tertuliano denomina la oración modelo como sumario y compendio del evangelio y Calvino dijo que debemos ajustar nuestras preces a esta norma. Como muchos teólogos del tiempo de la Reforma y posteriores, con grandes conocimientos de los escritos de los Padres de la Iglesia y otros–entonces no había la cantidad de libros que tenemos ahora- Watson no es una excepción, su obra está sembrada de citas en latín de autores y libros antiguos, la mayoría sin mencionar la procedencia o la autoría, aunque las frases en latín están traducidas.
Watson, distribuye su obra del siguiente modo: en el primer capítulo explica el significado de la frase introductoria Vosotros pues oraréis así… y el prefacio Padre nuestro que estás en los cielos. Siguen seis capítulos, uno por cada petición. En realidad, expone cada palabra de manera exhaustiva, como se puede comprobar por el número de páginas que tiene el libro. Por ejemplo, a Padre nuestro le dedica 52 páginas y 10 a que estás en los cielos.
La primera petición, santificado sea tu nombre, no es tanto una petición como una alabanza a Dios, aunque el autor no lo diga explícitamente, pero sí con otras palabras: “que el nombre de Dios resplandezca gloriosamente” o “alabar a Dios santifica su nombre”. Aquí también, como en la obra anterior, las aplicaciones se nombran como “utilidades” de dos tipos. De enseñanza y de exhortación. La segunda aplicación de la primera petición está formulada de manera negativa, es decir, la deshonra del nombre de Dios y especifica el tipo de personas que hacen tal cosa: los paganos, los turcos (se refiere a los musulmanes), los judíos, los papistas y los protestantes. Sobre todo arremete contra el catolicismo señalando sus errores, entre los que se encuentran la idolatría, la misa, las indulgencias, la mariolatría, las reliquias, el papado, etc. Un libro escrito hace 300 años forzosamente dice cosas que pertenecen a su época o que la fuente de donde obtuvo la información no era correcta. Por ejemplo, critica al catolicismo por “confinar las Escrituras en una lengua extranjera”, que suponemos se refiere a la Vulgata, pero desde el siglo pasado ya no es así; también dice que los albigenses eran protestantes, lo que además de erróneo es anacrónico, pues surgieron en siglo XI y fueron exterminados en el siglo XIV.
Las dos siguientes peticiones tienen que ver también con Dios. Una con el reino de Dios y la otra con la voluntad de Dios. Su exposición del reino de Dios es muy amplia, pero carga excesivamente las tintas en el ámbito personal del reino, es decir, en el corazón del creyente y en su dimensión celestial. La exposición de la consumación del reino es como la entrada en un paraíso onírico, sin referencias a su establecimiento en la tierra. En cuanto a la voluntad de Dios, entiende que es doble: la voluntad oculta y la revelada. Al formular esta petición entendemos que tiene dos sentidos: la obediencia de lo que nos manda y el sometimiento a lo que nos inflige, es decir, a alguna providencia desastrosa. Su explicación es esta: “el cristiano puede ser profundamente sensible a la aflicción, y, sin embargo, someterse con paciencia a los designios de Dios”. En este caso las aplicaciones son de reprensión a los que no han aprendido el significado de hágase tu voluntad y de admonición a soportar con ánimo sereno las adversidades que Dios nos depare y someter nuestros deseos a Dios. En sentido escribe una frase lapidaria en latín que dice: “los justos son afligidos para que, en su aflicción, oren” y pone como ejemplo a Jonás y a Jacob cuando contendió con Dios, además de Is. 26:16.
Las tres últimas peticiones tienen que ver con nosotros y con nuestras necesidades. Es cierto lo que dice sobre las dos partes de la oración modelo: en primer lugar debemos pensar en Dios y en segundo lugar en nosotros mismos, por este orden. En cierta ocasión, escuchamos a alguien que estaba enseñando sobre la oración y mencionaba sus partes tomando los dedos de una mano como modelo mnemotécnico: empezó por el dedo pulgar de la mano derecha al que le adjudicó la alabanza, siguió con el índice para la acción de gracias, el corazón para la confesión, el anular para la intercesión y el meñique para la petición. Siempre por este orden; le dio la vuelta a su mano mostrando que no se podía empezar por las necesidades propias y dejar a Dios para el final. La cuarta petición del Padrenuestro está relacionada con las necesidades materiales diarias. Como dice muy bien Watson, “Esta oración se puede resumir diciendo que Dios nos proporcionará el disfrute de las cosas materiales que sea más apropiado para nosotros” (cf. Pr. 30:8). Nos hace observar el autor que el verbo de esta frase está en plural y la explicación es que “en la oración debemos tener un espíritu colectivo. No solo hemos de orar por nosotros mismos, sino también por los demás” (p. 345). Está en lo cierto al decir que el término pan es la figura de dicción llamada sinécdoque, en que se toma la parte por el todo. Si la cuarta petición tenía que ver con el cuerpo, la quinta y la sexta se relacionan con el alma, según el teólogo puritano. De manera poética Watson describe lo que es el alma: “el alma es una substancia inmaterial, una chispa celestial encendida por el aliento de Dios”. Sin embargo, observamos que en su exposición tiende hacia la dicotomía en vez de la unidad que constituyen cuerpo y alma en el ser humano. Como dice correctamente Berkhof, “Por una parte la Biblia nos enseña a considerar la naturaleza del hombre como una unidad, y no como dualidad consistente de dos elementos diferentes, cada uno de los cuales se movería paralelamente al otro; pero sin unirse, verdaderamente, para formar un simple organismo. La idea de un mero paralelismo entre los dos elementos de la naturaleza humana que se encuentra en la filosofía griega y también en las obras de algunos filósofos posteriores, es enteramente extraña a la Biblia (…) No es alma sino el hombre el que peca; no es el cuerpo el que muere, sino muere el hombre; y no es meramente el alma sino el hombre, que es cuerpo y alma, al que Cristo redime”. En varias frases se observa que Watson da más importancia al alma que al cuerpo y no tiene en cuenta su unidad, el ser humano: “¡Concéntrate, pues, en lo principal y haz que tu alma ocupe el lugar más importante!” Llegamos a un aspecto muy importante de la oración que se está perdiendo en la actualidad y que debemos recuperar: la confesión de pecado. El comentario de esta parte de la petición, trata tanto sobre la confesión como también del perdón.
La sexta y última petición tiene para Watson dos partes: la primera es un expresión de modestia y la segunda una demanda. Dios no tienta a nadie, permite el pecado o es una prueba. Lo que pedimos a Dios es que no nos deje sucumbir al pecado. La petición de liberación del mal, lo que suplica es que Dios nos proteja del mal.
A diferencia de la obra reseñada anteriormente del mismo autor, esta no lleva introducción, pues en el prefacio ya trata la primera frase del Padrenuestro. En ambas obras, no hay conclusión dando la impresión de que falta algo. Si dejamos de lado algunos aspectos que hemos mencionado, en general es una obra excelente.
Pedro Puigvert