El magníficat

Martín Lutero.
Ediciones Sígueme. Salamanca 2017. 142 págs.

Con muy buen criterio, Ediciones Sígueme, al acercarse las fechas navideñas reeditó, en un volumen aparte, el comentario que Martín Lutero dedicó a este excelso cántico de la virgen María, y dentro de las ediciones conmemorativas del 500 aniversario de la Reforma Protestante. Edición preparada por Teófanes Egido, quien en su tiempo (1977) realizó el esfuerzo de recoger las OBRAS (una antología) de Lutero, cuya quinta edición apareció en 2016 como anticipo del 500 aniversario ya mencionado. Se nos comunica que esta traducción reproduce, con algunas correcciones, la publicada en 2016.

El profesor T. Egido nos contaba, en 1977, la necesidad de la obra, en estas palabras: “La idea de ofrecer una versión castellana de los escritos de Lutero nació de una precisión docente. Siete promociones de estudiantes de la “espacialidad” de historia moderna en la universidad de Valladolid me hicieron ver el interés que despertaba la figura y la obra de Lutero –muchos decían que revolucionarias, otros que arcaicas, algunos que evolutivas-. Nuestras conversaciones – eufemismo que quiere decir discusiones – se encontraban con la urgencia constante de recurrir a la fuente, cercana solo para los conocedores del latín y del alemán. Estos veintiún escritos quieren satisfacer la demanda justa de mis alumnos.”

Desde aquel entonces a hoy ha cambiado bastante la percepción sobre la figura del reformador, por ello en la contra portada se nos presenta: Martín Lutero (1483-1546) es una de las figuras religiosas de la Edad Moderna y un destacado escritor espiritual. Y en la presentación: “Es frecuente, y muy explicable, que cuando se recrea la imagen de Lutero en su vocación esencial y en su oficio de escritor, se piense en sus comentarios (los compuestos para la universidad primeramente, los destinados a la imprenta más tarde) a las cartas de los apóstoles, como la de Romanos o la de Gálatas, por aludir a las bases bíblicas de la fundamentación de su teología y su reforma.

Y es probable, asimismo, que su lenguaje se identifique con el esgrimido en sus libros programáticos y combativos, que lo fueron casi todos, es decir, en su confrontación con el papado (más duramente contra la curia romana) de forma permanente; contra las disidencias de Karsltadt, de Müntser con sus “hordas” campesinas; contra Erasmo en el segundo momento, contra Zwinglio; contra los hebreos al final: un lenguaje fuerte, agresivo, rebosante de insultos, muy propio de un señor de aquella lengua alemana moderna que se estaba configurando gracias en buena parte al propio Lutero. A fin de cuentas, la palabra, la hablada y la impresa, fue el instrumento eficaz y hermoso de su evangelio.

Pero también regaló escritos, no tan presentes en la memoria colectiva, que revelan al mismo Lutero en su otra dimensión, en su ladera espiritual, profundamente espiritual, incluso mística, que, en definitiva, no solo no estaba reñida con la única fuente de la fe, la Sagrada Escritura, sino que, como no podía ser de otra manera, incluso estaba inspirada, alentada y caldeada por ella.

No son raras estas expresiones de espiritualidad evangélica y cordial. Baste con recordar su escrito titulado Libertad del cristiano; o aquellos que se ocupan, dirigidos a la gente sencilla, de la enseñanza del método y de la espontaneidad de la oración; o incluso textos que, sin ser directamente espirituales, testimonian una pasión religiosa al hablar de la forma de traducir la Biblia, que fue su obra maestra (alguna apreciación entusiasmada, ante esta obra de arte, se permitió insinuar que daba la sensación de haber hablado Dios en alemán). Todo ello se conjunta cuando exalta y comenta la composición emocionada del cántico humilde y bello de María que tituló El Magníficat traducido y comentado por Martín Lutero (1521).

No merece la pena ni siquiera aludir a la imagen distorsionada de un Lutero desafecto, incluso hostil, a la Virgen María y a su devoción, que fue uno de los tópicos fabricados por la apologética confesional. Son muchas las monografías que han aparecido acerca de este particular, que prueban lo contrario. Por lo que se refiere al comentario en cuestión, extraña y agrada la serenidad que respira, más llamativa si no se olvidan los tiempos de su composición, los más agitados, sin lugar a dudas, de la existencia de fray Martín Lutero.

Todo el discurso del comentario tiende a ensalzar a María, pero como objeto de la predilección divina, origen de su grandeza. Todo en ella es don gratuito de Dios. Por ese motivo se enfurece Lutero con la piedad popular (y no tan popular) de las demostraciones devocionales a la Virgen que la querían convertir en ídolo con poder intercesor, mediador, de abogada: “Lo que no se puede hacer es convertirla en ídolo capaz de dar y de ayudar, como lo creen algunos que la invocan y confían en ella más que en el mismo Dios”. Y también por ello clama repetidamente contra la antífona “Regina coeli laetare”, que convierte en reina a la Virgen y la hace merecedora de su maternidad divina al cantar “al que mereciste portar”, “al que eras digna de portar”, porque lo mismo exactamente se canta a propósito de la santa cruz, “una madera que nada podía merecer”. “Nada hace ella; es Dios quien realiza todo”.

Como colofón a esta presentación leve del comentario de Lutero al Magníficat, quizá  no esté de más repetir que, para el reformador, la clave de lectura de este devoto y encariñado cántico es la humildad, es la pequeñez de María, engrandecida por la gracia, por la mirada de Dios, sin méritos suyos. Todo es de Dios, y, por eso mismo, tiene que quedar muy claro que la Virgen carece, para Lutero, de posibilidades intercesoras, mediadoras, defensoras, que lo son solo de Cristo”.

E.V. Giró

 

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