John MacArthur.
Editorial Mundo Hispano, 2016, 306 pp.
El subtítulo reza así: “El papel de las obras en una vida de fe”, que no es otra cosa que lo que se conoce como “salvación de señorío” que el autor popularizó en una obra anterior de 1991, que lleva por título “El Evangelio según Jesucristo”. Pero MacArthur nos dice que no se trata de una secuela de la anterior, sino más bien de una precuela, “un material que explica desde el principio el tema del que trata y que desarrolla el cuerpo doctrinal al que apenas se aludía en su predecesor”. ¿Cómo podemos definir lo que es la salvación de señorío? Según el glosario que incorpora el libro es la “convicción de que el llamado (debe decir llamamiento o llamada) del evangelio a la fe presupone que los pecadores deben arrepentirse y sujetarse a la autoridad de Cristo”. Quizás, si no hemos oído antes esta frase nos llamará poderosamente la atención y no nos aclarará el significado de la misma. Sin embargo, el teólogo J. I.Packer lo expresa más ampliamente de la siguiente manera: “el nombre suena a esotérico y un tanto extraño, y su novedad sugeriría que el punto de vista etiquetado con él es un producto nuevo elaborado recientemente. Pero de hecho, no es ni más ni menos que la corriente principal del consenso protestante sobre la fe justificadora. La verdadera novedad es la posición de los que acuñaron este nombre para el punto de vista que rechazan y quienes separan estas unidades en sus propias enseñanzas. Dichas enseñanzas reinventan el mutilado concepto de fe expresado por el sandemanismo escocés de hace dos siglos y que describe adecuadamente D. Martyn Lloyd-Jones en su libro Los puritanos”. Si en su obra anterior “contrastaba los métodos de predicación, enseñanza y ministerio personal del Señor con los de los evangélicos del siglo XX” en este “se refiere la doctrina de la salvación presentada por los apóstoles”. Evidentemente, saca la conclusión que el evangelio según Jesucristo es el mismo que el evangelio según los apóstoles.
La obra contiene, aparte de la introducción, un prólogo en que relata la experiencia que tuvo mientras escribía este libro cuando su vida cambió de repente debido al grave accidente automovilístico que sufrieron su esposa y una hija para ilustrar la importancia de las obras de al fe en la vida del creyente. Tuvo que abandonar lo que hacía para dedicarse a cuidar de su esposa durante bastantes meses, la cual quedó maltrecha del accidente, pero que ya está restablecida. Le siguen 11 capítulos de carácter doctrinal sobre la fe, la gracia, el arrepentimiento, el pecado, la justificación y la salvación. Concluye con tres apéndices, en que el primero es un cuadro comparativo en paralelo sobre la interpretación de varias doctrinas dentro de la controversia sobre el señorío; en el segundo explica la relación que existe entre el dispensacionalismo y la salvación de señorío. En el tercero resume el pensamiento de varios conocidos siervos de Dios del pasado sobre diversos aspectos de la soteriología o doctrina de la salvación.
Admite y lamenta la controversia que se ha generado entre los que admiten la salvación de señorío, frase que no le gusta, pero que se ha visto obligado a usar por el uso popular de la misma. Sin duda son mucho más importante las preguntas que formula: “¿De qué manera deberíamos proclamar el evangelio? ¿Presentamos a Jesús a los no creyentes como Señor o solamente como Salvador? ¿Cuáles son las verdades esenciales del mensaje del evangelio? ¿Qué significa ser salvo? ¿Cómo puede una persona saber si su fe es real? ¿Podemos tener seguridad absoluta en cuanto a nuestra salvación? ¿Qué tipo de transformación se produce al nacer de nuevo? ¿De qué manera explicamos el pecado en la vida cristiana? ¿Hasta qué punto puede llegar a pecar un cristiano? ¿Cuál es la relación entre la fe y la obediencia? Después de más de 20 siglos de cristianismo y cinco desde la Reforma, la respuesta a estas preguntas debería ser unánime porque las Escrituras son muy claras al respecto, pero la realidad es otra y eso que al principio de la Reforma el núcleo central de la discusión fue sobre la soteriología y las confesiones de fe reformadas son muy claras al respecto. Sin embargo, al enfatizar el señorío de Cristo en la vida del creyente y las obras como fruto de la fe, han surgido teólogos que han acusado a esta posición de predicar una salvación por obras, cuando no es así. Las confesiones de fe reformadas, dejan muy claro el papel de las buenas obras. Dice la 2ª Confesión Helvética, artículo 16: “Nos apartamos, pues, de todos aquellos que desprecian las buenas obras y aseguran neciamente que no es preciso ocuparse de ellas y que no valen para nada. Como ya anteriormente dijimos, no es que pensemos que por las buenas obras viene la salvación o que sean imprescindibles para salvarse, como si sin ellas nadie se hubiese salvado hasta ahora. Porque queda bien claro que solamente por la gracia y los beneficios de Cristo somos salvos. Pero las buenas obras tienen que salir necesariamente de la fe”.
Nos ha sorprendido que MacArthur, dispensacionalista confeso, diga lo siguiente: “Solamente una línea evangélica estadounidense ha aceptado y propagado la teología de la negación del señorío, y esa es la rama del dispensacionalismo que se describe en el apéndice 2”. Aparte de lo que dice en el apéndice 2, del que haremos un repaso, explicita esta frase con otra: “El hecho es que antes de este siglo y del surgimiento del dispensacionalismo de Chafer y Scofield, ningún teólogo o pastor prominente había adoptado los principios de la doctrina de la negación del señorío”. Luego en una nota incluye también a Ryrie. O sea, que hay más de un dispensacionalismo, aunque tienen lazos comunes. Lo define de la siguiente manera: “El dispensacionalismo es un sistema de interpretación bíblica que ve una diferencia entre el programa de Dios para Israel y su trato con la iglesia”. Pero es mucho más que eso. En realidad el sistema toma las dispensaciones o etapas de gobierno de Dios, según expresión propia y lo impone al texto bíblico de manera que cuadre con el sistema, cuando debería ser al revés, o sea el texto bíblico el que juzgara al sistema teológico. Aparte de lo que dice en su definición, se caracteriza sobre todo por su escatología premilenarista. En su afán por resaltar la bondad del tipo de dispensacionalismo que profesa, lo compara con la teología del pacto y como suelen hacer todos los dispensacionalistas, MacArthur tampoco se olvida de mencionar que los teólogos del pacto alegorizan los pasajes proféticos de la Escritura, mientras que ellos son los que la interpretan literalmente. Pero eso es erróneo por cuanto lo que se hace es interpretar cualquier texto bíblico en función de su género literario y dentro de este hay lenguaje figurado que debe entenderse como tal y este tipo de exégesis es verdaderamente literal, pero no literalista como la del dispensacionalismo que les ha conducido al futurismo de su escatología. Sin embargo, está bien que a raíz de su libro anterior sobre el tema de la “salvación de señorío” en que algunos consideraron que había dado un golpe contra el dispensacionalismo, ahora manifieste que no ha sido así, pero de todos modos es muy crítico con los que llama híbridos del dispensacionalismo, pues considera que “deberían morir y me encantaría unirme a ese cortejo fúnebre”. Asimismo, no ahorra críticas a los que llama dispensacionalistas originales, los cuales “solían atiborrar su doctrina con sistemas complejos y esotéricos ilustrados por complicados diagramas; saturaban su repertorio de ideas extrañas y enseñanzas nuevas, algunas de las cuales perduran hasta nuestros días en diferentes ramas de este movimiento”. Menciona a conocidos líderes del pasado más lejano y del más cercano como autores de dichas doctrinas.
Coincidimos con el autor en su soteriología y concretamente en que la fe de los salvados debe mostrarse por sus obras, pero discrepamos con él sobre el sistema de interpretación que practica, concretamente en la diferencia que hace entre Israel e Iglesia y en su escatología.
Pedro Puigvert