En la presentación nos dice el autor que este libro se estructura en tres partes, información que ya hemos observado en el índice. Pero continúa diciendo que la primera recuerda mucho a una entrevista, aunque más bien es una reflexión sobre bastantes pasajes de la Biblia, hecha según confesión propia a “cuatro manos”. Con esta expresión quiere decir que el lector debe imaginar que dos personas sentadas una frente a la otra van construyendo un discurso y la segunda es la que se encarga de redactarlo. Esta primera parte tiene dos fundamentos que son trabajos ya publicados y que se añaden aquí como partes segunda y tercera.
Volviendo a la primera parte, observamos que está compuesta por una introducción, un preludio, diez capítulos y un corolario. Cada capítulo lleva por título un infinitivo verbal sobre el que los dos supuestos interlocutores reflexionan con el apoyo de citas bíblicas que procuran encadenar, aunque muchas veces la interpretación está fuera de contexto y así en el preludio que lleva por título “Aurora”, partiendo de Gn. 3:14-15 y añadiendo otras citas del AT, se convierte en una exaltación mariana aplicando incluso a María el texto de Cnt. 6:10, de manera inaudita. Por mucha reflexión espiritual que haga, esta no se puede concebir a expensas de la exégesis, salvo cuando se interpreta sin rigor alguno alegorizando el texto como en este caso. Como aplicación convierte a María en precursora de Cristo, un título que aún nos faltaba conocer de los muchos que figuran en las letanías lauretanas. Este maximalismo mariano es el que “me gustaría encontrar en cada una de las páginas que siguen, porque el sentido siempre empieza con la claridad humilde de la presencia de María que desde el fondo del corazón de la casa de Nazaret llena todo el universo. María es la precursora de Cristo, nos conduce de este mundo a la misericordia infinita del Padre”, dice Rovira. En el tercer capítulo, relaciona al Espíritu Santo con los siete sacramentos del dogma católico, una tarea difícil porque según el NT solo existen dos. El capítulo quinto es el que mejor expresa la naturaleza de Dios en base a algunos textos del AT en donde destaca el amor de Dios en contra de aquellos que ven en Dios a un ser justiciero y malévolo que ordena masacres. Pero para equilibrar los atributos de amor y misericordia, le falta exponer la justicia de Dios, un atributo que también está presente en ambos testamentos. Podríamos aceptar el capítulo sexto en lo referente a la cruz de Cristo, pero en la primera frase ya vemos algo que nos pone en guardia: de la cruz de Cristo nace una nueva vida forjada en un proceso de conversión. Aquí tenemos el punto central divergente con el catolicismo, porque la conversión es un acto, no un proceso, el proceso es la santificación. Pero confunden ambos conceptos, cambiándolos de lugar. En el capítulo noveno dice que las cartas a los efesios y a los colosenses son escritos “misteriosos”, en el sentido que expresan el designio divino escondido durante siglos, con lo que estamos de acuerdo, pero no cuando niega la autoría paulina de efesios con la hipótesis de estar escrita por un discípulo. ¿Dónde queda la inspiración divina? ¿Y el fundamento apostólico? Nos sorprende en el corolario con una cita de Mosén Vicente María Capdevila que decía: “gracias Calvino por tu claridad”.
La segunda parte tiene un título muy llamativo: “lenguaje divino y lenguaje humano”. Hace una descripción escueta y acertada: “La comunicación que va de Dios al hombre se llama <revelación> y la comunicación que va del hombre a Dios se llama <oración>. Los cuatro capítulos de que se compone se centran en la Palabra de Dios. Sin embargo, en el segundo hay un punto en el que no podemos estar de acuerdo. Rechaza el lenguaje jurídico penal en aras de la buena noticia de amor. De nuevo coloca el amor a expensas de la justicia. Como el hombre es pecador y ha ofendido a Dios, la justicia divina requiere una reparación y como el ser humano no puede darla, el Hijo de Dios se hace Hombre, asume nuestras culpas y paga la justicia divina. Esto es lo que rechaza y en su lugar coloca el Amor de Dios, (pone Amor en mayúscula) por cuanto el Padre nos ama como a hijos suyos en su Hijo y quiere extender hasta nosotros su Amor y su donación como hace con Jesucristo su Hijo. Para que la comunión sea real, el Padre envía a su Hijo al mundo como cabeza de la humanidad unida al Amor que Jesús y el Padre se tienen. Entonces, la salvación consiste en la comunión con Dios. Luego equilibra esta idea con una pirueta teológica diciendo que el “sistema del Amor de Dios incluye implícitamente el tema de la justicia divina ofendida”. Pero en el fondo, el sistema del Amor de Dios pasa por alto la obra de Cristo en la cruz y parodiando al apóstol Pablo, se podría decir que por demás murió Cristo .Otra cosa que observamos es que para el autor todos somos hijos de Dios, lo que está en consonancia con el papa Francisco expresado en su encíclica Fratelli Tutti.
La tercera parte tiene dos capítulos y un epílogo y trata de la fe en Jesús según los capítulos 7 y 8 del evangelio de Juan. No se trata de una exposición exegética de estos dos capítulos, sino que en el primero hace diez comentarios encadenados. En estos comentarios aparecen los temas siguientes: la muerte y resurrección de Jesús; los judíos quieren darle muerte y en el polo opuesto el amor de Jesús; la pasión de Jesús que parece estar dirigida por Jesús mismo; Jesús se refiere a menudo al Padre que le ha enviado; el regreso de Cristo a la diestra del Padre; Jesús es la auténtica Palabra que viene de Dios; el Espíritu Santo es la fuente de agua viva; los pilares de la tradición son Abraham y Moisés; la Palabra de Dios ha venido a este mundo; En el segundo dice “hacer un listado de contenidos”, pero son más bien reflexiones extraídas de algunos textos. Por ejemplo, dice que: “la idea de fondo de estos dos capítulos es subrayar la trascendencia de Jesucristo”; “Su tiempo es la eternidad del Padre”; “los que son de Dios aman a Cristo y al Padre”; los judíos “no aceptan que sea el Hijo de Dios, y esto es negación de la fe”; “como contrapunto positivo está la promesa del Espíritu Santo, fruto de la resurrección de Cristo, como agua viva que vivifica a los que creen en él”.
En el epílogo se pregunta: “¿Es útil la teología?” “La teología ayuda al pueblo de Dios”. Responde con diez párrafos, de los que dos son claramente objetables: uno, cita a Juan Pablo II cuando dijo que el infierno no es un lugar, sino un estado de alejamiento de Dios; dos, la concepción del purgatorio.
Josep María Rovira nació en 1926 y falleció en 2018, dos años después de editar este libro. Estaba licenciado en Derecho y doctorado en Teología. Ha sido párroco hasta su jubilación y ha tenido otros cargos eclesiásticos. Es autor de varias publicaciones, algunas de las cuales figuran en la bibliografía de este libro.
En esta obra póstuma, hay algunos énfasis destacables, como por ejemplo la importancia de la fe y la Palabra de Dios, pero ya hemos señalado otros de los que discrepamos.
Pedro Puigvert