Matt Chandler y Michael Snetzer.
B & Holman, Nashville, Tennessee, EE.UU. 2016. 232 págs.
Matt Chandler, es el pastor encargado de la enseñanza en la iglesia The Village en Dallas/Fort Worth. En la actualidad participa en la plantación de iglesias, tanto local (EE.UU.) como internacionalmente.
Michael Snetzer, es pastor encargado de los grupos pequeños en la iglesia The Village. Obtuvo su maestría en Consejería en Dallas Baptist University.
Los autores en la introducción se dirigen especialmente a los que han conocido el evangelio y por diferentes razones no adelantan en su vida cristiana, que se esfuerzan para tener contento a Dios de su estilo de vida, pero que no son capaces de tener el gozo de sentirse cerca de Dios, incluso aquellos que se aplican para ser mejores intérpretes de la palabra, y así lo siguen intentando; pero se debe llegar a un punto de reconocimiento de “nuestra total incapacidad de transformarnos a nosotros mismos, ni antes ni ahora ni nunca”. Hemos de recuperar “la confianza de saber con toda certeza que hemos sido restaurados en Cristo, mientras experimentamos su obra activa de restauración día a día. Viviendo como hijos y no como esclavos. Crecer en la gracia y no para obtener las más altas calificaciones. La aceptación plena de Cristo. Un deseo renovado de servirle. Perdón constante para personas inevitablemente caídas. Y cambio... un verdadero cambio. Ese es el resultado de una redención recuperada”.
“La santificación solo está reservada para los hijos de Dios justificados y adoptados. Porque sin Cristo, sin el evangelio, todo lo que podemos esperar hacer, incluso si damos lo mejor de nosotros, es correr a toda velocidad por la senda equivocada que no tiene salida. (¡Qué deprimente!). Pero con él, con su amor que nos atrae de manera constante hacia el cambio y la redención, en realidad podemos comenzar a experimentar, en nuestros patrones de tránsito diarios, lo que su gracia ya logró en nosotros para toda la eternidad. Nos referimos a pensar en cosas nuevas, verdaderas. Es en la mente donde la vivificación comienza a florecer. Al morar en aquello que, desde la eternidad, es cierto sobre Dios y sobre nosotros, podemos ver que nuestra vida está descontrolada ni es incontrolable o es imposible de contener, sino más bien que se puede alinear con la verdad, de manera que podemos lograr que haga lo que queremos que haga, aquello para lo cual Dios la ha creado, para nuestro bien y para su gloria. La santificación siempre será un proceso. Todos tenemos suficientes males y disfunciones como para llenar toda una vida de sesiones de aprendizaje. Sin embargo, podemos poner en marcha el ajuste de alta velocidad, y empezar a disfrutar ya las bendiciones y los beneficios inmediatos de un “corazón unificado” (Salmo 86:11), haciéndonos militantes en un par de áreas clave: no segar con ligereza nuestros pecados y no mantenerlos tapados, fuera de la vista del público. Imagínate cuánto podrías cambiar con esos dos cambios”.
A lo largo del texto los autores van intercalando testimonios personales. Matt nos dice refiriéndose al temor: “Mi lucha contra el cáncer significa que a intervalos regulares tengo que programar tomografías del cerebro supervisar mi condición. Por lo general, me entero de estos procedimientos con varios meses de anticipación, lo cual me da muchos días para saber lo que se avecina y para imaginarme los horrores que podrían descubrir esta vez cuando los médicos exploren y pinchen. Lo creas o no, los predicadores no están exentos de que sus pensamientos vuelen por allí. Sin embargo, ahora que estoy sentado aquí, retorciendo con los dedos la tarjeta que me recuerda que voy a volver a la mesa de examen en enero, tengo que tomar una decisión, una opción evangélica. ¿Voy a creer, como Jesús prometió, que “basta a cada día su propio mal” (Mt. 6:34), que no tengo que tomar prestado nada más del día de mañana, que él ya ha ido delante de mí al mes de enero y, por tanto, soy capaz de vivir el resto de este día, el día de hoy, por completo, 24 horas de celebración de su grandeza y bondad? ¿Y qué sucederá cuando me despierte mañana antes del amanecer, incluso si el fantasma del mes de enero es lo primero que me saluda? ¿No estoy en mi derecho de decirle que se eche a un lado, pues me está bloqueando la vista de las misericordias de Dios, que son nuevas cada mañana (Lm. 3:22-23)? No digo ni por un minuto que temores como los míos o como los tuyos no estén basados en la realidad. A veces sí lo están. Este cáncer me puede matar, yo lo sé. Y hay momentos en los que me aterra, días cuando preferiría no estar escribiendo sobre la ansiedad, sino regodeándome entre la autocompasión y la vil desesperación, entregado por completo al pánico. Puesto que lo sé, yo te diría, si es que esta descripción se parece a lo que tú sientes a menudo: deja de fingir que no tienes miedo. Sé lo suficientemente hombre o mujer como para decir: “Le tengo miedo a esto”, incluso si tu temer tiene que ver con algo que haga que los demás piensen que estás loco por preocuparte por eso. La invitación del evangelio es ser honestos acerca del temor y la ansiedad, “llevarlos a la luz” (1ª Jn. 1:7). Porque la manera como lidiamos con ellos no es huyendo de ellos, sino sacándolos a plena luz para que Dios se ocupe de ellos, para que experimentemos paz, por medio de una relación reconciliada con él”.
E.V. Giró