Hans Urs von Balthasar.
Editorial Claret. 2013, 323 pp.
Es la primera vez que nos encontramos con un libro que se abre con dos advertencias, la inicial de hace cincuenta años, que como es obvio corresponde a la primera vez que se publicó esta obra en catalán, en vísperas del comienzo del Concilio Vaticano II. Hasta ahora, se han publicado en castellano tres ediciones antes de 2008. En esta nueva edición en catalán, el revisor de la obra, Joan Subirà, ha cambiado la traducción de los textos bíblicos que se mencionan para adaptarlos a la versión interconfesional catalana de la Biblia, de 1993. Aparte de esto, el texto es el mismo que el de la primera edición, obra de Casimir Martí, salvo algunas correcciones de errores sintácticos o tipográficos. Pero oportunamente, Subirà tendría que haber corregido también la manera de poner las citas textuales de la Biblia, escribiéndolas en cursiva y sin entrecomillar, como se hace actualmente en obras de temática bíblica.
La primera advertencia es obra del traductor, el cual se basa en que más de un lector de la edición francesa se había encontrado perdido en medio de la frondosidad del libro. El hecho de haber traducido la obra y lógicamente, de interpretar lo escrito, le da un cierto derecho que le llevó a tomar dos determinaciones. La primera es la de intercalar en los capítulos de la obra cierto número de subtítulos en cursiva para deshacer a ojos del lector meridional la impresión de un amontonamiento tipográfico, que en esta versión se ha seguido pero no en cursiva y la segunda señalar de paso la ruta del pensamiento del autor. No podemos pasar por alto que Balthasar fue un jesuita suizo alemán y es de dominio general la complejidad del pensamiento de los teólogos formados en las escuelas de teología y filosofía alemanas. Estudió filología germánica y filosofía. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1929 y se ordenó en 1936. Trabajó en Basilea como capellán de estudiantes. En 1950 abandonó la orden de los jesuitas. Las autoridades religiosas le prohibieron dar clases debido a que sus ideas no encajaban en las formulaciones tradicionales del catolicismo. Fue nombrado cardenal por el papa Juan Pablo II, falleciendo dos días antes de la ceremonia de investidura del solio cardenalicio a los 83 años de edad.
El autor quiere hacer una lectura espiritual, pero no una oración contemplativa. La contemplación es el último peldaño de la lectio divina medieval, aunque no estaba en su origen. En este libro Balthasar opta por partir de una visión de conjunto de la revelación cristiana y describir la profundidad y la magnificencia de esta forma de oración. La obra de Balthasar está formada de tres partes: en la primera trata sobre el acto de la contemplación con cuatro capítulos acerca de la necesidad, posibilidad, la realidad y la mediación de la Iglesia. La segunda parte, está dedicada al objeto de la contemplación en cuatro capítulos que exponen la encarnación del Verbo, la vida trinitaria, palabra y cambio, y la Palabra, juicio y salvación. La tercera parte examina el alcance de la contemplación en cuatro capítulos que se refieren a la existencia y esencia, carne y Espíritu, cielo y tierra, y cruz y resurrección. Descubrimos que en este libro la contemplación no es realmente el arrebato místico de elevación hasta Dios y hasta cierto punto apartándose de la realidad del servicio práctico, como la meditación interior de la Palabra de Dios que hacemos nuestra y la vivimos. Podemos suscribir sus palabras cuando dice: “la oración es un diálogo en el cual la Palabra de Dios tiene la iniciativa y donde nosotros, desde un principio, no podemos ser otra cosa que oidores. Eso decide todo el resto: nosotros percibimos la Palabra de Dios y, a partir de su Palabra, encontramos la respuesta que le hemos de dirigir”. Sin embargo, nos sorprende, cuando bajo el subtítulo “María contempladora”, después de referirse a María como arquetipo de la Iglesia, idea que amplía en los capítulos, tercero, sexto y duodécimo, se abre un nuevo subtítulo sobre el “Doble peligro de la contemplación”. ¿En qué consiste? Según sus propias palabras “El primer peligro es el protestantismo, que tiene un sentimiento vivo de la naturaleza de la palabra revelada y está continuamente ocupado con esta palabra. Con todo, no es extraño que, en este esfuerzo de la Palabra de Dios –que nosotros católicos, ciertamente hemos de admirar e imitar- falte aquello que haría de esta búsqueda una contemplación, una meditación y una visión auténticas: esto es, la presencia real del Verbo en la eucaristía y en la Iglesia en general como cuerpo y cepa místicos. Por eso mismo este esfuerzo no deviene mariano.” O sea, que nuestro peligro es que rechazamos la doctrina de la transubstanciación y de María como madre de la Iglesia y dispensadora de todas las gracias. El segundo peligro se encuentra en su propia iglesia: “A los católicos, al contrario, les falta –no radicalmente, como es natural, pero sí a menudo en la práctica- el esfuerzo continuado por escuchar la Palabra. Se contentan a menudo con la posesión real de la gracia, garantizada por la Iglesia y los sacramentos. Más aún: la mejor tradición contemplativa tiene a menudo tendencia a pasar de la audición a una visión en el reposo, de la recepción realizada con espíritu de sirvienta a una posesión espiritual (como a sabiduría y dones del Espíritu Santo).” Eso mismo lo hemos advertido más arriba y coincidimos con él. Remata su argumento con estas palabras: “La doctrina católica de la contemplación debería de volverse a apropiar –asumiéndolo del protestantismo- de este elemento que fue su palabra de orden y su bandera, y que se ha vuelto en cierta manera extraño para los católicos.”
Está en lo cierto al denunciar el peligro del “platonismo”, pues desde el principio de la era cristiana, tenemos el origenismo, (término que procede del teólogo Orígenes, paladín de la escuela alegórica de Alejandría) y el palamitismo (término que proviene de Gregorio Palamas, arzobispo de Tesalónica), como en las doctrinas monacales de la contemplación en la Edad Media y enseñanzas más recientes gnósticas. Dice textualmente: “Como característico de este proceso, se puede considerar el hecho que el tránsito de la Antigua a la Nueva Alianza, de la promesa al cumplimiento, es minimizado por la espiritualización mística.” Entiende también la contemplación como vela que formula en base a Mr. 13:33: Videte, vigilate, orate (Mirad, velad y orad). “Es una vela como oración (Velad, pues, en todo tiempo orando, Lc. 21:36), de manera que una oración sin vela, sin mirar al Señor que ha de venir, ya no sería una oración cristiana.” Sin embargo, pensamos que ha ido más allá de lo que está escrito, cuando interpreta que Pedro, Juan y Santiago, presentes en la transfiguración de Jesús, simbolizan la estructura trinitaria de la Iglesia.
Podemos estar más o menos de acuerdo con las conclusiones de sus argumentos, pero lo que es innegable es que en esta obra Balthasar coloca la oración contemplativa en el lugar que le corresponde, aunque podría haber usado otro término para con confundirla con el misticismo de una espiritualidad sin raíces bíblicas. También resaltamos su quehacer al fundamentar su exposición en la Palabra de Dios, lo que hace que el libro adquiera la debida importancia por su contenido bíblico.
Pedro Puigvert