Antonio Piñero.
Editorial Trotta, 2014, 250 pp.
Esta obra pertenece a la Colección Estructuras y Procesos. Serie Religión. Al autor lo conocemos por otros libros sobre Jesús, como por ejemplo, Jesús de Nazaret. El hombre de las cien caras, en donde seguía lo que parece ser su estilo: colocar los textos apócrifos a la misma altura de autoridad que los canónicos, pues repite este sistema en todas sus obras. Los editores lo explican de otra manera al referirse a la literatura que llaman evangélica: “tanto la aceptada como la rechazada por la Iglesia”. Con esta frase colocan al canon bajo la autoridad de la Iglesia, cuando no es esta la que crea el canon, sino que la Iglesia nace de la predicación del Evangelio, porque la Iglesia confesó, pero no confirió, la canonicidad de los libros inspirados. Como lo expresó el reformador Zwinglio: “La Santa Iglesia Cristiana, de la cual Jesucristo es la cabeza, ha nacido de la Palabra de Dios, en la cual permanece y no escucha la voz de un extraño”.
Explica el autor en la introducción que en realidad este libro es una reedición, publicado por Aguilar en 2008, del grupo Santillana. A modo de lamento dice: “algunas teólogas feministas españolas lo han ignorado voluntariamente tanto en sus listas bibliográficas como en sus obras de síntesis sobre las mujeres en el cristianismo primitivo. Sin embargo, mi deseo no era ni es otro que el de contribuir amistosa y cortésmente a un debate puramente científico”. Lo peor que le puede pasar a un escritor es que lo ignoren, pero este libro seguro que ha caído como un jarro de agua fría en los sectores maximalistas marianos del catolicismo español.
El Jesús que nos presenta el autor es el que se conoce como “el Jesús de la historia”, porque para él, los cuatro evangelios “son obras que contienen muchos datos históricos, pero ante todo son testimonios de la fe en Jesús resucitado” es decir, son obras nacidas de la fe en su resurrección que se retroproyectan hacia atrás, un Jesús reconstruido de manera ideal por la iglesia primitiva. Escarbando en los textos sagrados quiere llegar al Jesús auténtico, “un judío muy religioso y entregado a su fe, que vivió en Judea y Galilea en el primer tercio del siglo I de nuestra era”.
Si hacemos abstracción de los textos apócrifos y nos quedamos con los canónicos, su argumentación sobre la interpretación de los textos bíblicos es lo suficientemente contundente para reducir a cenizas el dogma de la perpetua virginidad de María con el añadido de los hermanastros de Jesús hijos de María y José. Ya no somos nosotros, los protestantes, los que hemos creído siempre eso, sino que se suma de manera científica el autor de este libro. Sin embargo, esto no significa que nos convenza de las supuestas contradicciones que ve entre los relatos de Mateo y Lucas sobre el nacimiento de Jesús, siguiendo a R.E.Brown, por el hecho que un evangelio cite un acontecimiento y el otro no. El argumento basado en la existencia de lagunas no es determinante, porque se contrarresta con el de complementariedad. Es interesante la comparación que hace del texto griego de Mt. 1:25, y la traducción de algunas versiones católicas y se pregunta: “¿Es arbitraria la primera tanda de traducciones, (incluida la interconfesional), que supone un forzamiento del texto original griego? En mi opinión personal sí lo es; me parece una hábil traducción que sustenta una opinión dogmática predeterminada. La intelección natural del texto de Mt. 1:25 –José tuvo relaciones con María después del nacimiento prodigioso de Jesús- parece la espontánea y normal, precisamente considerando los otros textos evangélicos que mencionan a los hermanos de Jesús y con qué sencillez hablan de ellos”. Al margen de la eliminación del “hasta que” en las versiones católicas, Lacueva aporta lo siguiente sobre “conocía”: “El pretérito imperfecto señala aquí con toda precisión el lapso de tiempo durante el cual José no tenía trato marital con ella”.
Excelente el capítulo que trata de la situación de la mujer en Israel en el siglo I, llegando a la conclusión que era más o menos igual que en el resto del mundo grecorromano. Sin embargo, considera que los textos que mencionan a las mujeres que seguían a Jesús y formaban parte de su séquito, no son históricos, aunque sus argumentos son débiles y prejuiciados.
Las cuestiones que expone en los últimos capítulos no pasan de ser pura ficción a caballo de las fantasías de Dan Brown y su cohorte de iluminados, que Piñero critica con razón. Nos mostramos en desacuerdo con el método histórico crítico que emplea y nos ha sorprendido su escatología del reino de la que no participamos en absoluto. Por lo demás, el libro tiene su interés si pasamos por alto los aspectos negativos mencionados.
Pedro Puigvert