Richard Swinburne
Ediciones Sígueme. 2012, 189 pp.
Esta obra pertenece a la colección Verdad e Imagen, una colección que se compone de libros que tratan preferentemente de Dios y de Cristo, como por ejemplo, El Dios crucificado de Moltmann, el Dios de Jesucristo de Kasper, de obras de teología como la Teología Sistemática de Tillich o de eclesiología como El ser eclesial de Zizioulas, además de otros temas y autores conocidos. El libro que nos ocupa entra plenamente en la categoría de obras de teología porque habla de Dios, pero en realidad es una exposición desde la filosofía de la religión y no desde la Biblia. En verdad el autor entra con este libro en el debate de los últimos años sobre la existencia de Dios. Con esta obra “ha pretendido ofrecer al público en general una versión breve de la defensa de la existencia de Dios que desarrolló por extenso en su obra La existencia de Dios, San Esteban Editorial, Salamanca 2011”. Considera que la ciencia no solo debe limitarse a su propio ámbito de competencias en humildad, sino que si dialoga con la filosofía y la teología sin prejuicios, incluso proporciona buenos fundamentos para la creencia en Dios.
En la introducción explica las objeciones que algunos teólogos han hecho sobre el concepto de Dios que él expone, pues fundamentalmente no es el que tiene el cristianismo. Rebate a sus objetores en base a la tradición cristiana y que sus argumentos van encaminados a mostrar la existencia de “Dios Padre”, pero no entra en consideraciones sobre la Trinidad porque ya lo trata en otra obra suya: “¿Fue Jesús Dios?”.
Richard Swinburne nació en Inglaterra hace 80 años. Estudió en Oxford ciencias políticas, filosofía y economía. Dedicado a la docencia buena parte de vida, desde 1985 y hasta su jubilación en 2002 ejerció como profesor de filosofía en la Universidad de Oxford de la que es catedrático emérito. Como autor ha escrito muchos libros elaborando una rigurosa obra interdisciplinar.
Según sus propias palabras, porque el título del libro es una pregunta, “el punto que voy a desarrollar es la tesis de que hay un Dios, entendida en el modo en que la ha comprendido generalmente la religión occidental (el cristianismo, el judaísmo y el islam)”. Llama a esta tesis, “teísmo”. Es decir, de entrada contesta la pregunta del título de manera afirmativa. Aunque lo matiza diciendo que no presupone que hay un Dios, sino que está meramente desmenuzando el significado de la tesis que dice que hay un Dios. Pero el Dios al que va a referirse es distinto al que se adora en la religión occidental. No obstante, su teísmo, al menos en cuanto a las palabras usadas, no difiere mucho del teísmo de cristianos, judíos y musulmanes: hay un Dios que es por esencia eternamente omnipotente, omnisciente y perfectamente libre. Si eso es así, nos dice Swinburne, “él ha de ser entonces el último hecho bruto que explica todo lo demás”. A esta afirmación podríamos objetar si el Dios del judaísmo y del Islam es el mismo Dios de los cristianos, porque hay notables diferencias sobre el concepto “Dios”. Pregunta: ¿Por qué hemos de creerlos? Seguidamente trata el modo cómo explicamos las cosas y concluye que “buscamos en todos los campos la hipótesis más sencilla que nos lleve a esperar los fenómenos que hallamos”.
En el capítulo titulado “la sencillez de Dios” parte de la premisa de que “la causación inanimada y la causación impersonal interactúan”. En el desarrollo de esta premisa disponemos de tres explicaciones últimas: una de ellas es el materialismo. Una alternativa a esta es el humanismo y la tercera posibilidad es el teísmo, o sea la opinión de que hay un Dios. Las dos primeras no pueden dar una respuesta última al origen del universo. Solo el teísmo “sostiene que todos los demás objetos que existen tienen como causa de su existencia y de su conservación a una sola sustancia: Dios”. Esta es la explicación más sencilla puesto que postula una sola causa. “Y el teísmo postula para su sola causa, una persona, grados infinitos de las propiedades que son esenciales en las personas; poder infinito (Dios puede hacer cuanto es lógicamente posible), saber infinito (Dios conoce cuanto es lógicamente posible conocer) y libertad infinita (ninguna causa externa ejerce influencia sobre los propósitos que concibe Dios: Dios actúa solo en la medida en que ve razones para actuar)”. En este párrafo observamos su concepto de Dios como una persona, mientras en la Biblia Dios existe en tres personas. Su teísmo no es el bíblico ni tampoco lo pretende, el filósofo Swinburne camina por otras veredas.
Andando paso a paso, llega a la exposición de “cómo la existencia de Dios explica el mundo y su orden”. En este capítulo se pone de relieve la capacidad apologética del autor y la primera afirmación que hace es con relación al universo: “Pero es que no solo hay un número enorme de cosas, sino que todas se comportan, en ciertos respectos, exactamente de la misma manera”. Y pone como ejemplo las leyes de la naturaleza, las cuales están vigentes tanto en las galaxias como en la tierra, y las mismas leyes rigen los sucesos antiguos y los actuales. “La ciencia no puede explicar por qué todos los objetos tienen las mismas facultades y sujeciones”. Hemos dicho que Swinbure prescinde de la Biblia, pero eso no es del todo cierto, pues cita al profeta Jeremías, pero no lancemos las campanas al vuelo, puesto que para él, el profeta no parte de la revelación recibida de Dios sino del orden del mundo. Y partiendo de dicho orden defendía que Dios era poderoso y digno de confianza. Sin embargo, la perícopa de la que extrae su pensamiento (Jer. 33:20-26), trata de la restauración del reino davídico y las bendiciones que recuerdan la promesa dada a Abraham. En lugar de tomar el texto de Jeremías en su conjunto, extrae solo una parte para mostrar el poder de Dios como Creador por la mención al ejército del cielo y a la arena del mar que son incontables.
Al argumento del carácter ordenado de la naturaleza, añade “el maravilloso orden de los cuerpos humanos y animales “. Estos se parecen a máquinas por su complejidad. La compleja y enmarañada organización de los cuerpos tanto humanos como de animales, implica que no hay razón alguna para suponer que el azar haya conseguido tan bella organización, cuando Dios es capaz de hacerlo. Estos argumentos, que ya presentaban los científicos del siglo XVIII, son los que a medida que se han desarrollado cree el autor. Considera que el darwinismo da una explicación completa, pero no es una explicación última, ya que esta solo la puede dar el teísmo.
Amplía la exposición de todo esto en el capítulo siguiente, argumentado como la existencia de Dios explica la existencia de los seres humanos. Estos y los animales son seres conscientes. ¿Qué significa eso? La respuesta es que tienen pensamientos y sentimientos. La conciencia no puede ser propiedad de un mero cuerpo, de algo material. Tiene que ser algo distinto y a ese algo distinto le da el nombre tradicional de alma. De la misma manera que hay sustancias materiales, las hay inmateriales y una de estas es Dios. Termina diciendo: “La acción de Dios proporciona también la explicación última de que haya un alma unida al cuerpo”.
A través de la exposición de un tema siempre complicado como es el que Dios permita la existencia del mal, le sirve al autor para reafirmarse en la existencia de Dios, cuando en realidad una de las objeciones que se hace muy a menudo es: “Si Dios existe, ¿por qué permite el mal?”. Entonces, el filósofo de Oxford esboza una teodicea para defender que el hecho de que existan el mal moral y el mal natural no prueba nada en contra de la existencia de Dios.
En el último capítulo muestra cómo la existencia de Dios explica los milagros y las experiencias religiosas. Entiende por milagro “una violación o suspensión de las leyes naturales ocasionada por Dios”. La historia de la humanidad contiene informes de muchos hechos o eventos que, si acontecieron como se informa, no pudieron ser productos de las leyes naturales, sino que se espera que haya sido un acontecimiento propiciado por Dios, señala Swinburne. Como ejemplo, menciona el retroceso de la sombra proyectada por el sol en el reloj de Acaz (2 R. 20.11). Por otro lado, todas las religiones del libro afirman que Dios ha intervenido en la historia para revelarnos verdades: para el judaísmo, las Escrituras hebreas (el AT para los cristianos), para el cristianismo la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento), para el islam el Corán. Luego se centra en la religión cristiana, la cual está fundada sobre un milagro, la resurrección de Cristo. Dice que si realmente sucedió, se trata de un milagro que implica la suspensión de las leyes naturales y si hay Dios él es el que lo llevó a cabo. En su libro Was Jesús God? (¿Era Jesús Dios?) propuso una valoración de la prueba a favor de la resurrección de Jesús y de la verosimilitud de la enseñanza cristiana de una manera extensa. El tercer aspecto es la experiencia religiosa.
Termina el libro con un epílogo titulado “Entonces ¿qué?”. La conclusión que hace del libro “era que las probabilidades apuntan a que Dios existe. Si se acepta esto, se sigue que se tiene ciertos deberes. Dios nos ha dado una vida con todo lo bueno que contiene, incluidas todas las oportunidades de moldear nuestro carácter y ayudar a otros. Una enorme gratitud hacia Dios es algo más que apropiado. Deberíamos expresarla adorándole y ayudando a ver realizados sus propósitos, lo cual implica, como paso preliminar, esforzarse por averiguar cuáles son estos”. Al final hay una bibliografía para continuar la lectura a los que deseen ahondar en estas cuestiones, un índice de nombres y otro de temas del libro.
Pedro Puigvert