Sergui Bulgákov.
Ediciones Sígueme, 2014, 493 pp.
Es la primera reseña que hacemos de un libro de un teólogo ortodoxo ruso del siglo XX, bastante conocido en los ámbitos académicos del catolicismo romano, considerado uno de los grandes teólogos ortodoxos rusos. El Paráclito lo escribió en París en la madurez de su pensamiento teológico. Hombre inquieto, después de recibir una formación seminarística, que abandonó en los años de estudio en la Universidad de Moscú, se dedicó a enseñar economía política. Aunque tuvo amistad con figuras revolucionarias como Lenin, abandonó el marxismo por no encontrarlo coherente, desde el punto de vista filosófico, al idealismo de la filosofía de Soloviev. Durante 15 años de búsquedas religiosas y tras la dolorosa pérdida de un hijo y el apoyo del sacerdote Florenski, llegó a la fe ortodoxa. Fue diputado en la II Duma. Su primera obra fue filosófico-teológica a la que siguieron otras de filosofía. Fue ordenado sacerdote en 1918, año de la revolución bolchevique. Lo expulsaron de la Duma en 1921 por su condición de sacerdote y en 1923 lo expulsaron de la URSS. Entonces pensó incluso en unirse a la iglesia católica, pero nunca llegó a hacerlo. Tras una estancia previa en Crimea, Turquía y Chequia, recaló en París donde trabajó como profesor de teología y murió en 1944 a los 73 años. Su libro póstumo es un comentario a Apocalipsis.
Esta obra es el volumen 199 de la colección de teología de Sígueme, Verdad e Imagen.
El Paráclito es la obra central de la trilogía teológica de Bulgákov y está dedicada a la sabiduría divina como Divinohumanidad o Teantropía. La primera de la trilogía es El Cordero de Dios, dedicada a la encarnación y la kénosis de Cristo. La tercera es La Esposa del Cordero, que estudia las dimensiones cósmicas y escatológicas de la eclesiología.
La obra que reseñamos está formada por una introducción histórica sobre la doctrina del Espíritu Santo en la literatura patrística, cinco capítulos temáticos y el epílogo sobre el Padre. Este epílogo es en realidad el primer trabajo de la trilogía, un pequeño tratado sobre Dios Padre. Como dice el editor de esta obra Francisco José López Saéz, El Paráclito es un “denso y profundo tratado pneumatológico”, porque está impregnado de filosofía rusa ajena al pensamiento occidental. Por esta razón, las notas a pie de página del editor son de gran utilidad para entender expresiones que son propias de la teología ortodoxa rusa. No es un libro para ser saboreado por todo el mundo, pues hace falta tener una buena dosis de formación teológica para poder comprenderlo, lo que no significa que estemos de acuerdo con sus concepciones teológicas, pero es interesante descubrir su pensamiento.
La exposición histórica de la pneumatología es en realidad un magnífico tratado de teología histórica trinitaria, aunque en los primeros cuatro siglos las discusiones giraron en torno a la cristología y solo superficialmente a la doctrina del Espíritu Santo. Con todo, la discusión trinitaria ocupaba un lugar importante como está explicado ampliamente en este libro. La aportación de los padres capadocios (Basilio Magno, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno) todos del siglo IV, y en general la concepción trinitaria de los primeros siglos es eminentemente filosófica, una doctrina soportada por el pensamiento de Platón y Aristóteles, sin fundamento en las Sagradas Escrituras. Una cosa es que echaran mano de la semántica para elaborar el dogma y otra que absorbieran los conceptos de manera que dejaron al margen la palabra de Dios. Además, en este libro tenemos la dificultad de la confesión ortodoxa del autor, inclinado hacia la teología oriental, aunque no esconde la occidental. La diferencia notable entre la doctrina de la Trinidad oriental de los capadocios y la occidental de Agustín es que son divergentes precisamente a partir del siglo IV. Este último escribió la obra De Trinitate en quince libros y es la obra más importante de la patrística sobre este tema y en particular sobre el Espíritu Santo. El elemento característico es el homousianismo y no procede a partir de la trinidad de las hipóstasis, como hacen los Capadocios, sino de la unidad de la ousía (esencia o naturaleza). En esta sustancia única las tres hipóstasis se distinguen <non secundum substantiam, sed secundum relativum> (no segunda sustancia, sino segunda relación). Las hipóstasis existen como relaciones mutuas ad invicem (a su vez). El Padre se define por relación al Hijo, mientras que el Padre y el Hijo lo son respecto al Espíritu Santo. Eso es también lo que fundamenta la doctrina agustiniana del filioque. Basilio, cuyo pensamiento fue decisivo para la definición trinitaria del Concilio de Constantinopla I, aunque él ya había fallecido, contribuyó con la distinción entre ousía e hipóstasis. Estas fueron sus palabras: “Ousía se relaciona con hipóstasis como un hombre común con un individuo particular (como hombre con Pedro) (…). Lo mismo sucede en la Trinidad: El término ousía es el nombre común, mientras que hipóstasis, indica una propiedad particular que, distingue a uno como Padre, al otro como Hijo y al otro finalmente por su propiedad típica de santificar”. Como dice José Grau: “No obstante, la fórmula que afirma que <<el Espíritu Santo procede del Padre>> fue entendida por los latinos como si dijera que procede <<del Padre y del Hijo>> en contraposición con los orientales que siempre lo interpretaron como una procesión del Padre por el Hijo. Esta simple diferencia, conocida con el nombre de <<Filioque>> (nombre dado por primera vez en España, desde donde se extendió a todo Occidente), prestó un motivo serio de discrepancia que vino a añadirse a los muchos que se estaban gestando entre Oriente y Occidente)”. El autor usa el concepto de Trinitariedad (no es una serie, sino un todo concluso. Trinidad/Unidad es igual a Trinitariedad).
Bulgákov dedica un capítulo al análisis de la procesión del Espíritu Santo un tema que considera que ha adquirido una importancia excepcional en la pneumatología, donde aparte de examinar con espíritu crítico la historia patrística de la pneumatología, incluye la disputa greco-latina sobre la cuestión de la posesión del Espíritu Santo, o por ser más precisos sobre el filioque. Se entiende por procesión la cuestión de si el Espíritu Santo procede solo del Padre o del Padre a través del Hijo, o aun del Padre y del Hijo. Filioque es un término latino que significa “y del Hijo”. Las iglesias orientales se quedan con la primera parte de la frase y las occidentales con la segunda. A raíz de esta discrepancia y de otras de siglos se produjo la separación entre el catolicismo y la ortodoxia, el llamado Cisma de Oriente (1054 d.C.). En el siglo IX se reaviva la polémica después de un tiempo de coexistencia pacífica entre las dos variantes, “por el Hijo” y “y del Hijo”, con la intervención del patriarca Focio con una encíclica dirigida a los obispos orientales y el famoso tratado Lógos peri tou Hagíou Pnéumatos mustagogías, del año 885. Más adelante siguieron las polémicas que el autor expone ampliamente. Piensa Bulgákov que el resultado de esta logomaquia o verborrea, que ha durado quince siglos ha sido nulo, desde el punto de vista dogmático. Asimismo, los resultados prácticos de la controversia filioquista son también, por su parte, completamente negativos y lo justifica argumentándolo abundantemente.
Evidentemente, el capítulo tercero es el más bíblico, porque expone la doctrina del Espíritu Santo de acuerdo con la enseñanza tanto en el AT como en el NT. Sin embargo, su interpretación de Jn. 1:1, va más allá de lo que está escrito y, por tanto, puede ser muy novedoso, pero no verdadero. Se escuda en que está latente el Espíritu en los términos luz, vida y gloria. Por otro lado, se hace eco de mariología “legendaria” con solo la anunciación que precede a la encarnación, no en el tiempo, y el Espíritu que desciende y contiene en sí al Hijo. Sabemos de la especial devoción de los ortodoxos por María, pero el teólogo ruso se excede cuando la llama pneumatófora (portadora del Espíritu Santo). La idea que se destaca es la de kénosis, tanto del Espíritu como de Cristo. En cuanto a este consiste en el abandono de su gloria o sofía (sabiduría) y de ahí se desprende que Jesús tuvo que aprender como los demás seres humanos. Por otro lado, puede decirse que el Espíritu Santo es el Espíritu de Dios, pero no a la inversa que el espíritu de Dios sea el Espíritu Santo.
El Paráclito es una obra de gran profundidad teológica que debe examinarse con detenimiento, una pneumatología que quiere trazar un puente entre las teologías occidental y oriental.
Pedro Puigvert