CEC-Mas Vidal, 2019, 172 pp.
Pertenece a la serie Clàssics de la Reforma. Cada uno de los sermones lleva la fecha en que fue predicado por el reformador alemán, casi todos vinculados con una festividad religiosa. Descubrir ahora a Lutero es una impertinencia en la que no queremos caer. Sin embargo, la lectura de sus sermones debe hacerse con la vehemencia que el Dr. Martin ponía a sus predicaciones. El primero es un sermón navideño predicado el 26 de diciembre de 1531, día de san Esteban. Lleva por título: un niño nos ha nacido, basado en Is. 9:2-6. La forma homilética que siguen los sermones es la de una introducción, un número de puntos que van de 3 a 5, y una conclusión o un resumen según se tercie. Se distinguen del comentario porque apenas hay exégesis y lo que hace es parénesis, es decir, aplicación abrupta en la que el lector, en este caso, debe buscar el significado del texto ya que se le ofrece la significación. En la introducción del mencionado, empieza refiriéndose a los pastores aunque no tenga que ver con el texto de Isaías. Las referencias a la actitud de los pastores le sirven para aplicarlas a los creyentes. Luego en el cuerpo del sermón se centra en el reino y en la iglesia. Han pasado 14 años desde el comienzo de la Reforma, pero todavía tiene reminiscencias de la liturgia católica cuando se refiere “al evangelio que se lee hoy” en la misa. Hay sermones anteriores y los hay posteriores a la fecha del primero seleccionado en este libro. El más antiguo es del año 1522 y trata de la fe y las obras; el siguiente es de 1525 en que se refiere al cristiano delante de la ley; le sigue el de 1528 sobre la unidad de la iglesia. De 1531 hay tres más, aparte del mencionado, que se centran en el Señor Jesucristo: como vencedor de nuestras tribulaciones, como mediador de la justicia verdadera y como ejemplo de humildad y de sacrificio.
Quedan por mencionar, el de 1536 sobre el nuevo nacimiento y los dos últimos que pertenecen a la década de los 40, uno sobre la promesa de Dios para la creación que gime y el otro sobre la lucha permanente del cristiano. Del penúltimo sermón podemos extraer algo de la escatología del insigne reformador, predicado dos años antes de su muerte, basado en Ro.8:18-23. Traza con su peculiar estilo los efectos de la creación sujetada a vanidad cuando las fuerzas de la naturaleza de desatan sobre la tierra es con el objetivo de que el hombre reaccione y busque a Dios. Ciertamente, en el año que Lutero predicó este sermón, el estudio de la escatología no había avanzado mucho y era la creída durante la Edad Media. Aunque menciona que la transformación del cuerpo es para ir al cielo, no tiene ninguna conexión con el regreso de Cristo, ni con los cielos nuevos y la tierra nueva. Los impíos van de cabeza al infierno, sin especificar cómo, pero niega que sean transformados, y no menciona que serán juzgados y luego echados en el infierno con el cuerpo de resurrección (Jn.5:28-29). El sermón sobre la unidad de la iglesia, la entiende como la de los verdaderos discípulos y no se plantea ningún tipo de ecumenismo con la iglesia católica, lo que se comprende si tenemos en cuenta el contexto socio-religioso de la época. Carga con pasión contra los arrianos por negar la divinidad de Cristo y por interpretar erróneamente las palabras de Jesús: a fin de que sean uno como nosotros.
Evidentemente, los mejores sermones son aquellos que fueron su tema preferido de predicación del evangelio, como por ejemplo, el del nuevo nacimiento y el de la fe que demuestra su vitalidad por las obras, sin dejar de lado los demás.
Pedro Puigvert