Thomas Watson.
El Estandarte de la Verdad/Editorial Peregrino, S.L., 2014, 415 pp.
En febrero de este año publicamos en esta página la recensión de la obra de este mismo autor “Tratado de Teología”, que es la primera parte de la exposición que hizo Watson del Catecismo Menor redactado por la Asamblea de Westminster (1643-1649), durante la era puritana. En la mencionada recensión, el lector encontrará una breve biografía del autor y por eso no la repetimos aquí. La obra que nos proponemos reseñar es la segunda de las tres exposiciones sobre el Catecismo Menor, y aunque con anterioridad se editó la tercera, nosotros seguiremos el orden en que las escribió Watson y no en el que han sido publicadas en español.
El libro está compuesto de cuatro secciones: la primera es una amplia introducción de 73 páginas, en la que se trata de la obediencia a Dios y del amor a Dios, el más grande de los mandamientos. Luego sigue un prefacio a los mandamientos en que expone Éx. 20:1-2, y sobre la comprensión apropiada de la ley. Sin duda este último punto es muy oportuno porque responde a una serie de preguntas que muchos se formulan sobre el lugar de la ley en la vida cristiana, tales como: “¿En qué se diferencian la ley moral y el evangelio?; ¿Qué utilidad tiene la ley moral para nosotros?; Sigue teniendo vigencia la ley para los creyentes? ¿Cómo fue hecho Cristo maldición por nosotros?” Después de responder a estas preguntas, Watson desprende de las mismas ocho reglas. En este libro las aplicaciones prácticas las denomina el autor “utilidades”, que expone al final de cada explicación a un mandamiento.
La segunda sección es ya la interpretación de cada uno de los diez mandamientos y constituye la parte central de la obra. El primer y el segundo mandamientos están relacionados, “pues en el primer mandamiento se prohíbe adorar a un dios falso; en este (el segundo) se veta la adoración del Dios verdadero de una forma falsa” (pp.103-104). Da algunas razones acerca de la prohibición de hacer imágenes para adorarlas: a) Confeccionar una imagen fiel de Dios es imposible porque él es Espíritu e invisible; b) adorar a Dios por medio de una imagen es absurdo e ilegítimo; c) la adoración de imágenes es contraria a la práctica de los santos de la antigüedad. En las aplicaciones condena sin paliativos la adoración que el catolicismo hace a lo que la imagen significa. En cuanto al tercer mandamiento es magnífica la exposición del sentido que tiene tomar el nombre de Dios en vano, dando once motivos en que se cae en este pecado.
Podemos calificar de sobresaliente la extensa demostración que hace sobre la santificación del día de reposo al que dedica 48 páginas. Queremos destacar sobre todo la primera aplicación y de ella la interpretación del Sal. 118:24. Es bastante conocido que los salmos 113-118 eran cantados por los judíos durante la cena pascual. Ellos recordaban su redención de Egipto y para nosotros el domingo es también un día para recordar la redención hecha por Cristo. Watson interpreta que la frase este es el día que hizo Yahweh se refiere al domingo: “Dios hizo todos los días, pero bendijo este en particular. Tal como Jacob recibió la bendición de su hermano, así también el día de reposo recibe la bendición de todos los demás días de la semana” (p. 168). Con este mandamiento se cierra la primera parte de la tabla, es decir, los mandamientos que se refieren a Dios y con el quinto mandamiento empieza la segunda parte con los deberes para con el prójimo.
El quinto mandamiento no lo limita a los progenitores de cada ser humano, sino que para él, padre en este mandamiento es un término con diversos sentidos: el gobernante, el rey en especial. Considera padres a los reyes de Israel que hicieron lo bueno y también los emperadores romanos como Constantino y Teodosio. Están también los padres que son venerables por su edad y los que lo son por su piedad. Asimismo, menciona a los padres espirituales, los pastores y los ministros. Y por último nombra al pater familias, el señor de la casa, al que lo siervos deben honrar y por descontado, a los padres naturales, padre y madre. En el sexto mandamiento hay una prohibición (no matar) que lleva implícito un deber: proteger la vida propia y la de los demás. En cuanto al séptimo mandamiento, positivamente es la protección de la pureza. Hay una prohibición explícita (no cometer adulterio) y una obligación implícita, guardar la ordenanza del matrimonio (1 Co. 7:2, He. 13:4). El octavo mandamiento es la prohibición de apropiarse de los bienes de otros. Señala como causa interna la incredulidad y como causa externa la incitación de Satanás. Menciona nueve tipos de hurto, siendo el más llamativo de todos, el ladrón eclesiástico o el pluriempleado que recibe varios sueldos, pero raramente predica a su congregación. Entiende que en el noveno mandamiento se prohíben dos cosas: a) verter calumnias sobre nuestro prójimo [“el escorpión lleva su veneno en la cola, mientras que el calumniador lo lleva en su lengua”] y b) el falso testimonio, que incluye hablar con falsedad, dar testimonio de algo falso y jurar falsamente. El décimo mandamiento prohíbe la codicia en general y de forma particular. Codiciar es un deseo insaciable de obtener el mundo. Agustín de Hipona definió la codicia como plus velle quam sat est (desear más de lo que es suficiente).
La tercera sección trata sobre la ley y el pecado en tres capítulos: 1) La incapacidad del ser humano para cumplir la ley moral; 2) Grados de pecado y 3) La ira de Dios. El primero, diríamos que es de obligada lectura, pues debe formar parte del mensaje del evangelio que predicamos y en nuestros días se suele pasar por alto descafeinando el anuncio de la salvación.
La cuarta y última sección de esta obra presenta el camino de la salvación desarrollándolo en seis capítulos: 1) La fe; 2) El arrepentimiento; 3) La Palabra; 4) El bautismo; 5) La Cena del Señor; 6) La oración. Su presentación del bautismo la formula desde la posición clásica de un teólogo reformado paidobautista. La manera en que rebate las objeciones al bautismo infantil es, a nuestro entender, la parte más débil de todo el libro, porque algunos de sus argumentos los basa sobre suposiciones, aunque el texto bíblico guarde silencio al respecto, cuando en realidad deberían adquirir carta de naturaleza los textos que explícitamente mencionan que el bautismo debe administrarse a los adultos que han creído en el evangelio. A la oración dedica solamente once páginas porque ya la consideraría más exhaustivamente en su obra “El Padrenuestro”.
En líneas generales, la exposición de los diez mandamientos que hace Watson es una de las mejores que hemos leído porque está impregnada de sabiduría bíblica y bien fundamentada bíblica y teológicamente. Además, las aplicaciones no han perdido un ápice de actualidad a pesar de haber sido escritas hace más de trescientos años. Por todo lo dicho, recomendamos encarecidamente la lectura de esta obra.
Pedro Puigvert